❧ VIII

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Capítulo 8: ~De Ellos~



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~Alanna





Durante varias ocasiones de nuestras vidas perdemos la respiración, a veces llegando al borde de la muerte, temiendo caer al abismo que eso implica, con el miedo inevitable de ser engullidos por la oscuridad la muerte. A muchas personas se nos congela la sangre ante esa idea, morir; nuestro cuerpo sufre temblores al recordar a la muerte y cayendo varias lágrimas, al ser conscientes de que eso implica perder a nuestros seres queridos y ponerles fin a nuestros sueños sin cumplir, darles vida a los pecados cometidos, no haber pedido perdón por el daño que hemos podido hacer o ese último abrazo que ya no podremos dar.

Esa misma sensación es la que me invade en este instante, el aire abandona lentamente mis pulmones, sin entrada; comienzo a ver pequeños puntos negros que invaden perezosamente el espacio llenándolo todo de oscuridad.

La puerta de mi cuarto se cierra con el menor ruido posible, las pisadas fuertes de Angelo se van hacían cada vez más lejanas cada vez que se acerca más a las escaleras. Abro mis ojos sintiendo la vergüenza albergar mi débil y tembloroso cuerpo, alejándome de la oscuridad que hace unos instantes llenaba el ambiente, mis ojos se encuentran fijos en la pared de enfrente y mi cuerpo no responde a mis suplicas por un poco de aire.

La vergüenza me obliga a cerrar los ojos, apretándolos con firmeza, ordenándome respirar a mí misma; es entonces cuando logro exhalar un poco de aire. Intento, con dificultad, regular mi respiración poco a poco, sintiendo ligeros temblores en mi cuerpo. Todo mi cuerpo parece disfrutar enormemente de sus manos tatuadas en mi piel.

Abro los ojos siendo consciente al fin, de lo que acababa de ocurrir en mi habitación, que lejos de disgustarnos parece ser que ambos, lo hemos disfrutado.

Llevo mi mano a mi cuello, acariciando lenta y cariñosamente la zona atacada con fiereza y que ahora seguramente debe de estar muy roja. Llevo mis dedos desde mi clavícula hasta el comienzo de mis pechos, bajo la mirada hacia mis pechos escapándose un sonoro jadeo de mi boca al encontrarme con mis pezones completamente erguidos, llevo mi dedo índice hacia uno de ellos palpando cuidadosamente su dureza. Echo la cabeza hacia atrás, contra el armario, recibiendo gustosa mis caricas y atrapando un sonoro gemido con mi mano.

Detengo mis movimientos, avergonzada, y dejo caer mi mano a un costado jadeante por el placer que me acabo de producir y por como queman las manos de Angelo, que parecen no querer borrarse de mi cuerpo.

Recojo la toalla que segundos antes Angelo dejo caer junto a la ropa, una absurda sonrisa de emoción se dibuja en mi rostro al recordar sus manos tirando de ella. Tras ponerme el pijama y recogerme el pelo en un moño salgo de mi cuarto.

Con los pies descalzos bajo las escaleras dando pequeños saltitos de alegría, como una niña pequeña que acaba de recibir un regalo de navidad y con una sonrisa tonta adornando mi cara llego a la puerta del comedor, parando en seco, atenta a las voces que parecen mantener una charla agradable. Mi sonrisa se borra al oír su voz, ronca y tranquila como siempre, una extraña corriente recorre mi espalda poniéndome nerviosa y haciendo flaquear ligeramente mis rodillas.

Tomó una bocanada de aire, exhalando con lentitud antes de entrar al comedor, evitando conectar nuestras miradas, cosa que se me complica al sentir su mirada quemando cada parte de mi piel.

Todos están sentados en la mesa llenándose los platos a la vez que mantienen una charla donde predominan las risas, los observo de pie desde el marco de la puerta maravillada por la escena.

La maldición del deseo, Angelo Caduto. [ 1º Trilogía Caduto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora