Capítulo III: « Confessions and dresses »

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Mansión Kusanagi 10 am

Kyo estaba recostado en el futon de su antigua habitación, decidió quedarse unos días con sus padres para no preocuparlos, era eso o estar en un frio hospital con personas desconocidas, recordando todo lo que vivió en todo ese tiempo, pues si bien estuvo en un estado de coma su cuerpo parecía rechazar la idea de estar nuevamente encerrado, recostado y vigilado. Al menos en casa podía estar con gente que amaba y la comida era bastante buena, no es que lo que diesen en el hospital no tuviese su encanto, pero nada que ver con los platos que preparaba Shizu-sama. La cual por cierto estaba en la sala junto a Saisyu hablando con los padres de Kushinada, era menester suspender la boda por al menos un tiempo mientras su vástago se recuperaba del secuestro, si bien a la castaña aquello no le gustó para nada tampoco podía presionarles, no por falta de ganas sin embargo fueron sus propios padres los que hablaron con ella antes de salir de casa, se quedaría callada y escucharía lo que tenían que decir sus suegros, haría también lo que estos dijesen, si no le permitían ver a su prometido tenía prohibido hacer alguna escenita. Pasaron un par de horas cuando tres siluetas salen de la mansión subiendo al coche familiar para regresar a casa. Kusanagi agradece escuchar aquel motor arrancar y el sonido del auto alejándose, corre la puerta que daba a un pequeño balcón en su habitación y desde ahí observa su alrededor, por fin podía respirar aire fresco, no recordaba mucho de lo sucedido en esos casi dos años de encierro, pero las marcas en su cuerpo daban cuenta del maltrato al que fue expuesto, esperaba que algún día todas esas manchas rojizas a causa de las agujas que constantemente le profanaban para tomar muestras de su sangre, desaparecieran; tiene también algunas cicatrices como de cortes pequeños en varias partes de su cuerpo, tal vez usaron un poco de su piel, si eso era por fuera no quería ni pensar como habían aprovechado su sueño para hurgar su interior, niega alejando esos pensamientos; recarga con cuidado su cuerpo contra el barandal de madera, no quiere pensar más, estaba en casa, con sus padres, ¿les había extrañado? Ellos a él sí, se lo dijeron de forma constante en cuanto le vieron atravesar la puerta principal, pero a él se le negó incluso ese tipo de sentimientos, era un simple mueble en aquel lugar. El ambiente era refrescante y el sonido del bambú en la pequeña fuentecilla del jardín comienza a hacerle dormitar, frente a él se extendía una bella vista, no faltaba demasiado para el momiji, pero las plantas y árboles que cuidaba su madre estaban en pleno apogeo, los colores de las flores eran hermosos, ni qué decir del aroma que desprendían, sencillamente no podía pedir nada más que estar en ese lugar.

Aunque eso no era cierto del todo, en sus sueños aparece cierto pelirrojo pecoso, puede recordar el grito que le hizo salir de su letargo, sabe que no soñó nada de eso, está al tanto que el otro rondaba en ese lugar tan remoto, lo que si le parecía un sueño era el haber despertado cuando Yagami rugió su nombre, porque aquel no fue un grito cualquiera, lo que retumbó en sus oídos era una voz desesperada, la angustia se percibía de inmediato; incluso ahora que estaba semi dormido no podía dejar de escucharla claramente

- ¡Kyo! – el estruendo en su cabeza con esas tres letras – Kyo... - nuevamente su nombre, pero menos intenso – Kyo... - la tercera vez vino acompañada de una cálida sensación en su mejilla derecha, esto le hizo entreabrir los ojos ¿estaba soñando? – ¿estás bien? - ¿una sonrisa? Si, eso era, una apenas perceptible sonrisa por parte de alguien que le habla con un toque de ternura en su voz, parpadea con cierto esfuerzo ya que estaba por entrar en un sueño profundo

- Y...Yagami – cuando enfoca su vista le mira ahí, no era un sueño, ni siquiera lo piensa, se abraza al otro con fuerza y sin saber por qué, después de verse tan entero y firme desde el día que llegó a casa, comienza a llorar.

Si bien la sorpresa hubiese sido la reacción más adecuada en el pelirrojo esté simplemente corresponde ese abrazo, sí, podía reclamarle e incluso sacar alguno de esos sarcasmos de siempre, pero fueron dos años sin ver a Kusanagi, sin tenerle entre sus brazos, puede notar las heridas en sus brazos, la rabia crece en su interior, pero logró acabar con muchos en el complejo, sus manos se mancharon de sangre como nunca en su vida, cualquier sujeto con armas o batas blancas cayó bajo su yugo, tan solo esos hombres que subieron a los helicópteros casi apenas llegar lograron salvarse, pese a las enormes columnas de fuego púrpura que estuvieron a centímetros de derribarles, nunca antes había sido capaz de hacer llegar a su fuego tan alto.

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