El trastabilleo de la corona

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Si alguien le hubiese preguntado al rey cuál era su imagen favorita, sin duda alguna habría dicho que aquellos ojos amatistas, los cuales se veían incluso más hipnotizantes cuando se encontraban bordeados por la violácea tela , justo como en ese instante, con la arena de fondo  resaltando los colores. La noche anterior había sido maravillosa, para Atem, le había resultado algo completamente nuevo el descubrir lo que es el amor, por otro lado, a Yugi le calmaba el corazón saber que sus sentimientos eran correspondidos. Así, casi sin palabras había transcurrido la madrugada, cuerpo con cuerpo, disfrutando tan íntimo y efímero momento, que ambos sabían que sería casi imposible replicarlo nuevamente. Allí, en tierra de nadie, eran nada más y nada menos que dos jóvenes enamorados, sin titulatura ni prejuicio. Ahora, de regreso a la capital, disfrutaban la felicidad de su nueva relación, paladeando el sabor del secreto cómplice. Apeados en sus caballos, con la cabeza cubierta para soportar los juiciosos rayos y la arena escurridiza, cabalgaban al mismo ritmo, uno al lado del otro, aún sin cruzar palabra alguna. El cielo azul, sin nubes, parecía pronosticar un buen día, exceptuando a una mancha café que se acercaba hacia ellos, obligando al mayor a frenar su caballo y por consiguiente el de su compañero.

—Asim... —dijo Atem por lo bajo, casi para sí mismo. Haciendo su capa hacia atrás, extendió el brazo hacia el cielo, llamando a su fiel mensajero. El halcón, respondiendo al la seña no dudó en volar en picada, aterrizando con su amo—. ¿Qué tienes para mí?

Ambos miraron curiosos el pedazo de papel atado a su pata. El moreno desenrolló , leyendo, cambiando su expresión a una de asombro, Yugi, pudo sentir lo mismo, algo no andaba bien.

—¿Atem? —habló el ojiamatista, incluso se sentía extraño escuchar su propia voz.

—Ha ocurrido una traición en la corte —soltó fríamente el rey. En realidad estaba asustado, no había sucedido algo parecido en tantos años de reinado—. Habrá que agilizar el paso, con fortuna estaremos allá mañana al amanecer.

Doblando el papel lo guardó en sus ropajes y con un leve movimiento de cabeza soltó a su ave a volar. Bastaron unos segundos para que ésta volviese a surcar el cielo. Yugi suspiró, nuevamente volvían a la realidad.

—Todo va a estar bien —Atem relajó los hombros, esperaba que las palabras de su pareja fuesen verdad, no quería perder a nadie—. Por ahora no podemos hacer mucho pero, sea lo que sea, lo resolveremos.

La mirada del mayor se encontró con la de Yugi, llena de esperanza. Siempre igual, nunca echando un paso para atrás cuando algo se le presentaba, ese era él. Al menos se sentía más acompañado teniendo al japonés a su lado. Inclinándose le plantó un beso en la frente, agradecía a los dioses haber puesto a aquel extranjero en su vida. Retomando el camino, era hora de afrontar la tormenta que inevitablemente se hallaba a la vuelta de la calle.

El color crudo de la ciudad, reflejando su imagen en tonos ocre, como si naciera del suelo, seguía siendo la misma

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El color crudo de la ciudad, reflejando su imagen en tonos ocre, como si naciera del suelo, seguía siendo la misma. Una vez que Atem y Yugi pisaron la capital se apresuraron para que el rey pudiese atender el problema. Al parecer ningún civil se había enterado de lo sucedido en el palacio. Tan pronto como el faraón bajó del caballo, ya se encontraba Isis, quien, aunque lo ocultaba, estaba preocupada, demostrándolo con aquel gesto de tener los labios entreabiertos como si estuviera ansiosa de querer hablar.

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