Rayos de sol y pétalos de cerezo.

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Los rayos de luz de la mañana se colaban por la ventana del cuarto de Yugi. Su fue despertando conforme su nueva energía le permitió y se estiró disfrutando de tener un lugar dónde quedarse, de verdad tenía que agradecerle al faraón por haberle dejado estar ahí el tiempo que fuera.
Levantándose de la cama se paseó por la mediana habitación, tocando las paredes y sintiéndose en una imagen que solo sus libros de Historia le podrían brindar. Suspiró frustrado al recordar que aún seguía quizá 3000 años antes de su tiempo.
No sabía que podía hacer para volver a Tokyo, a medias sabía sobre la cultura egipcia y muy probablemente no era lo mismo leerlo a vivirlo.
El sonido de la puerta abrirse lo hizo voltearse. Una mujer –que seguramente servía en el palacio– se adentró en la habitación dejando una bandeja con comida.

—Tenemos indicaciones del faraón de alimentarlo y vestirlo. Después del desayuno vaya al fondo para darle ropa adecuada.

Sin mirarlo a los ojos o decir alguna otra cosa mas la chica salió.
Yugi mentiría al decir que no tenía hambre. Era apenas la segunda comida después de tal martirio en el desierto.
La bandeja tenía algunas legumbres, dátiles, verduras, un pedazo de pan y una jarra de agua.
Quizá no era la usual porquería que él comía al salir de su escuela pero en ese momento era como un manjar digno de dioses.

Al terminar de desayunar se dirigió a dónde anteriormente le indicó la mujer. Nada más de entrar muchas mujeres se levantaron, empezando a tomar cosas por todos lados. Una chica de cabellos y piel algo clara se acercó a él.

—Pase, joven —le dijo con voz amable invitándolo a sumergirse en el gran estanque que se encontraba en medio de la habitación.

Mirando a sus alrededores se desvistió con algo de lentitud. Si bien su gusto no eran precisamente las chicas tampoco era demasiado fácil quitarse lo restante de la ropa enfrente de desconocidas.
Al quedar completamente desnudo se hundió en el agua. Varias mujeres le tendieron algo parecido a jabón, agua con rosas y hojas que no tenía idea alguna de que eran. Olía bastante bien y la sensación que dejaban era fresca, digna de gente de palacio.
Al terminar se asearse se dispuso a salir. Nuevamente la mujer se le acercó.

—Tenemos indicaciones de la princesa para darle un mejor aspecto.

—¿Disculpe?

Sin hacer caso a sus palabras, se alejó dando paso a que varias mujeres untaran una mezcla algo extraña en las partes donde tenía vello.
Sus piernas, brazos y axilas quedaron cubiertas de aquel plasta amarillosa.

—¿Me van a...? —todo era culpa de la princesa, seguramente de aquella morena que le gritó y señaló por su tono de piel.

Oh no, no, no, no, me van a arrancar hasta el alma. Necesito mi poca masculinidad. Maldita princesa. pensó Yugi.

Después de sentir la mezcla más sólida sabía que su fin estaba cerca.
Sin aviso previo sintió un tirón en su piel.

—¡No, ahh! ¡Duele! —dijo para ahogar el grito que iba a dar. La zona recién depilada le estaba ardiendo horrores.

Jalón tras jalón varias lágrimas de dolor por reflejo se escurrieron por sus mejillas. Muchos gritos fueron retenidos y las mejillas infladas de Yugi hacían reír por la bajo a las chicas. Los rostros que en un momento le parecieron tiernos a Yugi ahora le parecían unos completos engaños.

No sabía cuánto tiempo había estado ahí pero en verdad parecía una eternidad.
El dolor se apaciguó cuando le pusieron un poco de una mezcla extraña, como crema, en la piel.

—Su ropa, joven —nuevamente la mujer se acercó tendiéndole la ropa. Su rostro parecía disfrutar del dolor del ojiamatista.

—Muchas gracias —intentó responder fingiendo una sonrisa.

Life Beyond TimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora