Bajo el sol más brillante y la arena más fina.

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El frío se colaba por cada centímetro de piel del tricolor. Su cuerpo temblaba por los espasmos ante la helada que intentaba repeler abrazándose a sí mismo. Sabía que en clase habían visto que los desiertos pueden tener temperaturas de más de 45°C en el día y -20°C en las noches pero no creía que de verdad fuese tan fuerte.

Cayó de rodillas buscando un poco de calor en la arena aunque se arrepintió, teniendo la idea de que podría haber algún animal ponzoñoso. Alzó la mirada levemente, teniendo la vista más bella del cielo. La luna estaba en su esplendor y las estrellas brillaban tanto como pequeños diamantes.

Haciéndose un ovillo, mantuvo el poco calor que tenía, cerrando los ojos más por cansancio que por convicción propia. En menos de lo que esperaba la mañana hizo presencia, el chico tricolor aprovechaba todos los minutos que pudiese para recuperar fuerzas lo más que le fuese posible. Al despertar comenzó a caminar, intentando ganar tiempo a los innegables rayos del sol que pronto abrasarían hasta las ideas.

Horas después el calor daba de lleno en su blanca piel. Yugi sentía que aproximadamente podían ser las doce de la mañana y quizá la temperatura ya estaba por encima de los 30°C, haciéndole sudar.
S

e levantó para seguir caminando, su ropa estaba rasgada. La pulcra –que ya no lo era tanto– camisa lila que llevaba estaba abierta del vientre; sus pies se encontraban descalzos y el pantalón que llevaba parecía un mero short debido a una caída.
El ojiamatista no sentía más que desespero, esperanza lejana y mucha incomodidad. No había tomado nada de agua ni probado bocado alguno en un día entero. Su cuerpo avanzaba por necesidad y necedad. Había jurado que sacaría su alma de ese lugar y lo cumpliría.

"Si doy un paso más moriré" eran las palabras que Yugi se repetía a cada momento. El golpe de calor que traía encima no ayudaba en lo absoluto. El horizonte había empezado a verse un poco borroso, ondulado.
Después de avanzar pausadamente y  sin siquiera quererlo cayó inerte en la arena, agotado.

 Después de avanzar pausadamente y  sin siquiera quererlo cayó inerte en la arena, agotado

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Un ardor en su piel le hizo soltar un quejido grave. El ojiamatista sentía que le estaban untando algo extraño –pero que le dejaba una sensación fresca– en los brazos así que se movió para ver a la persona que estuviese a su lado.
Una chica de tez morena y de ojos grisáceos se le quedó viendo con un semblante algo serio. La cabeza le dolió a Yugi por sentarse repentinamente pero le punzó más al darse cuenta que no entendía lo que aquella chica le estaba diciendo.

—No entiendo que me dices, cálmate —la expresión del tricolor había empezado a tornarse con algo de temor.

La azabache seguía diciendo frases al aire, confundiéndolo cada vez más.
Con algo de temor se bajó de la mesa de donde estaba e intentó caminar pero una mano le jaló del hombro, volteándolo e interrumpiendo su huida.

— ¿¡Así son de raritos aquí!? —le dijo a otra chica que había aparecido repentinamente—. ¡DEBERÍA PREGUNTARME MAS BIEN QUÉ HAGO AQUÍ!

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