Capítulo 10

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Thomas

Me sentía nervioso y ansioso por nuestra cita. No sé de dónde había sacado ese valor de pedirle que saliera conmigo aquella tarde.

Tal vez era el momento adecuado cuando la vi ahí, indefensa, tierna, linda, como siempre la veía. Me gustaba verla suplicar y ver como sus ojos grises se llenaban de ese brillo que tanto me gustaba, ese que se me hacía único y sincero.

Me gustaba estar con ella, me gustaba hablar sobre cosas sin sentido y en como me comprendía y yo a ella sin contarnos nada de nosotros fuera de lo acordado.

Porque de alguna forma, los dos pusimos una regla que nunca fue dicha, esa regla de no preguntar sobre nuestro pasado o sobre nuestros padres.

No hablamos de ello, yo no hablaba de los míos y ella no hablaba de los suyos, ni preguntábamos porque no queríamos hacerlo.

Eso me gustaba, la comodidad que sentía, rodeado de sus risas y su voz, esa voz llena de alegría y de pasión al contar sobre algo que le gustará, y su voz que era música para mis oídos.

Me gustaba sentirme libre cuando Camille estaba cerca, como me entendía a la perfección, como a pesar de no saber demasiado de mi sentía que sabía más de lo acordado.

Así que por eso decidí invitarla a salir, no sabía a dónde la llevaría ni cómo.

No quería que fuéramos al cine o a comer, ya que eso me parecía algo que todos hacían cuando salen, siempre van al cine a ver una película que al final no le prestan atención porque se comen entre ellos.

Pero yo no quería comerla, no quería probar sus labios, al menos no ahora, no aún, no en ese instante.

Quería ir lento, despacio, a mi ritmo, quería degustar ese sabor amargo y dulce del amor, de enamorarme hasta estar seguro de dar el segundo paso, que es el beso, ese que hace que pierdas la razón del tiempo, ese que hace que te tiemblen las pierna y sientas que te vas a caer, pero esa persona estará ahí para poder tomarte y no dejarte tropezar.
Quería saborear eso, quería disfrutarlo, a mi manera, a mi tempo, quería más. Quería darle más.

Así que ese día, esa tarde, estaría con ella en algún lugar lejos de todos, porque quería darle algo especial, algo que recordara con cariño.

Tome la decisión de llevarla a un parque, al parque más cercano que teníamos que era el Riverside Park, estaba solo a unos cuantos minutos de donde estábamos.

La llevaría ahí porque tenía en mente hacer un picnic, uno en donde solo te sientas hasta que se termina la comida o en donde ya no te quepa más. Quería que nos queramos ahí hasta que el sol se ocultara y se abriera paso a la noche, a las estrellas, al silencio y el frío.

- ¿Qué harás qué?- pregunto Alyssa, ya que le había contado mi plan de llevar a Camille a la cita.

- La llevare a un parque.

- ¿En una cita? ¿Los dos?

- Si.

- ¿Cómo pasó eso?- tenía una mueca llena de confusión.

- Solo... paso.

- Me tendrás que contar los detalles por favor, de cómo sucedió eso, de cómo ahora se llevan mejor sin que me hubiera dado cuenta.

- Está bien, algún día, pero ahora quiero que me ayudes a conseguir la comida china que le gusta y ese jugo sabor manzana que siempre toma en la hora del almuerzo, aunque no lo entiendo si sabe más rico el de mango.

- Está bien, te pasare la dirección de su restaurante favorito. Pero realmente espero los detalles eh.

- Si pesada.

- Está bien.- puso los ojos en blanco de manera divertida.

Se fue a su lugar, junto a la pelinegra que estaba frente a ella.

Estaba nervioso, estaba eufórico por hacer algo que nunca había hecho en mi vida, que era entregar una pequeña parte de mi a una persona que apenas conocía.

Pero que por alguna extraña razón sentía que ya lo había hecho en un pasado, en años atrás, en nuestras vidas pasadas quizá. Sentía que habíamos creado cientos de recuerdos sin habernos visto nunca, hace apenas unas semanas, sentía que ella era todo y nada a la vez, sentía que ella podría ser la solución de mis problemas, de mis preocupación. Sentía que era la cura de mi soledad, mi indiferencia, mis miedos, todo.

Sentía que... era ella, esa persona. Podía experimentarlo hasta lo más profundo de mi.

Pero no estaba seguro si Camille experimentaba lo mismo que yo, pero debía de arriesgarme, de darlo todo para que ella pudiera percibir eso que yo hacía.

Pasaría por esa chica en diez minutos a su casa, me había pasado su dirección porque se la pedí para poder ir a recogerla.

Pedí el carro prestado de mi abuela, era viejo y lento, sin embargo me sería demasiado útil en ese instante.

Tenía una canasta en donde guarde todo, la comida, los jugos, y una radio vieja que también era de mi abuela porque quería que escucháramos canciones mientras hablamos de cosas sin sentido y veíamos el atardecer.

Estacione frente a su casa, era grande y blanca, con un patio bien cuidado, con algunas rosas y flores que no sabía sus nombres.

Me acerque hasta estar frente a su puerta, llame dos veces con las manos temblorosas y sudadas. Después de esperar unos segundos abrió, se había cambiado de ropa, igual que yo, llevaba un vestido azul como el cielo, con flores en todo la prenda, tenía los hombros descubiertos, eran aun más pálidos que su piel, su clavícula se marcaba mucho, llevaba unos tenis blancos, ligeros, y su cabello largo suelto.

Se veía... joder, se veía hermosa.

- Vamos.- le extendí mi mano.

En otra vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora