Capítulo 17

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Camille

Habían pasado cuatro meses exactos, cuatro meses en donde todo era color de rosa, todo gritaba alegría a mi alrededor, era magnifico, fascinador, increíble, maravilloso. Era todo.

En esos cuatro meses habíamos compartido muchos momentos, habíamos hecho diferentes locuras a lo largo de este tiempo.

Como andar en bicicleta en un campo, ver las estrellas de noche en el patio de su casa, cocinar un pastel que termino saliendo mal, hablar con su abuela que ahora se había convertido en alguien especial para mi, estar juntos en la hora del almuerzo, ir al cine, al parque de diversiones.

A todos los lugares posibles, y aunque ya habíamos recorrido medio Nueva York sentía que aún nos faltaban más, sentía que aún no habíamos conocido muchos lugares.

Y eso quería hacer, quería darle la vuelta al mundo, con él a mi lado.

Era un viernes por la tarde, ya habían acabado las clases así que nos dirigíamos los dos a su casa. Era noche de películas, lo hacíamos de vez en cuando.

- ¿Tienes en mente alguna en especial?- me pregunto mientras me sujetaba la mano y caminábamos bajo el cielo despejado.

- Mmmm... ¿Qué te parece Diario de una pasión?

- ¿Es de amor?

- Así es.

- ¿Duele?

- Si.

- Rayos. ¿Y aún quieres verla?

- Si.- sonreí de oreja a oreja.

- Está bien.- también me dedico una sonrisa para después depositar un beso suave en mis labios, uno que me dejo flotado en las nubes. Aunque ese día no hubiera ninguna.

Amaba sus labios, eran delgados y finos, como una pluma. Así se sentían los de él, tan delicados contra los míos. Me gustaba su sabor, era un sabor dulce y amargo a la vez, era intenso y lento.

Sus labios se habían convertido en una adicción para mi, podría pasarme una vida entera besándolos hasta que nuestras bocas sangraran y jamás me cansaría de ese delicioso gusto.

En poco tiempo llegamos a su casa, ese lugar acogedor, lindo, con olor a madera desgastada y a canela.
Vi a su abuela en la sala viendo la televisión, con su cabello canoso reflejando todos sus años, sus arrugas marcadas en la cara, sus ojos azules y pequeños tras esos lentes.

- Hola mi niña.- me saludo con un beso en la mejilla una vez que ya estaba sentada a su lado.

- Hola Tita.

La llamaba así porque de esa forma le decía a mi abuela, a aquella que tenía su cabello corto, de un café chocolate por el tiente que siempre se ponía, con su olor a menta delicioso que recuerdo bien, y su pequeño cuerpo.

La extrañaba demasiado, había muerto hace apenas tres años por culpa del cáncer.
Fue tan doloroso despedirme de ella, de mi abuela que siempre me recibía con una sonrisa cuando sabía que iba a quedarme en su casa durante un tiempo.

Es por eso que a la abuela de Thomas le había puesto el apodo de Tita porque por alguna extraña razón ella me recordaba a la mía. Tal vez era por su comida que hacía, pero que nunca le quedaba como a ella, no lo sé, tal vez era por eso...

- ¿Cómo estas mi cielo?

- Bien, un poco cansada pero bien.

- Les preparare un poco de comida, ahorita vuelvo.- se levanto de su lugar y desapareció por el pasillo para ir a la cocina.

- ¿Tienes hambre?- me pregunto Thomas.

- Si.- tenía que admitir que así era, aunque después la desecharía pero no iba a rechazar esos platos tan ricos que hacía.

- Que bueno.- me dio un beso en mi frente para después levantarse e ir a ayudar a su abuela.

Después de comer le di las gracias por el plato de comida que me dio y le ayude a recoger la mesa para que después ella se fuera a su habitación a descansar.

Thomas y yo nos quedamos en el piso de abajo, el estaba terminando de lavar los platos sucios.

Yo estaba arriba de la encimera de la cocina mientras comía una paleta de hielo sabor fresa que su abuela siempre tenía en el congelador.

- Ya casi termino.- anuncio.

- No te apures, así estoy bien mientras te veo trabajar.- chupe la paleta.

- Eres una niña malcriada.

- Eso no es verdad.

- Claro que si.

- ¿Por qué piensas eso?- me reí.

- Mírate, estas ahí sentada moviendo tus pequeños pies mientras me ves trabajar y no ayudas.

- Estoy comiendo.- señale la paleta.

- Ay no.- negó con la cabeza para después reírse.

Me sentí mal porque era verdad que no le había ayudado a acomodar los platos ahora limpios en su lugar, así que me baje de donde estaba y pase por su lado para después tomarlo y llevármelos, pero no pude agarrar ninguno porque sentí como me rodeo con sus fuertes brazos por la cintura mientras me levantaba y me ponía de nuevo en mi lugar con una agilidad impresionante.

- No dije que te movieras.- dijo en un susurro mientras se acomodaba mejor entre mis piernas.

- Pero te quejaste de que no te ayudaba.

- Exacto, me queje, más no te dije que podías moverte. Me gustaba verte así, tan tierna y tan niña mientras comías esa paleta.- sentí como mis mejillas se calentaban.

- Idiota.

Se rio para después cortar la distancia que había entre nosotros y juntar nuestros labios. Sentí como mi cuerpo se derritió, como mis manos sudaban horriblemente. Sentí sus labios chocar con los míos con dulzura y lujuria a la vez.

Me tomo de la cintura con sus manos mojadas para atraerme más a su cuerpo, para que no quedara ni un centímetro entre nosotros.

Me gustaba estar así, pegada a él, protegida, y atraída hasta donde estaba, me gustaba y él lo sabía.

Termino de lavar los trastes y después nos dirigimos hacía el sofá para poder ver la película.

Lo amaba, amaba cada parte de Thomas, cada imperfección que tenía, amaba cuando sonreía, cuando me dejaba ver ese hoyuelo, cuando sus ojos iluminaban mi día entero.

En otra vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora