5.Invasión de privacidad

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Domingo, 19 de abril

            
Emma:

—Recuerda darle sus vitaminas antes de la comida y no lo dejes ver los dibujos del canal seis, le dan pesadillas. No olvides que tiene que dormir antes...

Le tomo las manos, tranquilizadora, y le sonrío para calmarla.

—Relajate, Su, no es la primera vez que cuido a Tyler, vete tranquila, se te hace tarde para la reunión.

Camina reticente, casi empujada por mí, hasta la puerta principal y toma su abrigo de la percha, mirando al pequeño con la misma mueca de todos los domingos.

—Cuidamelo bien, ¿vale?—me pide una vez más antes de mirar por última vez al niño y abandonar la casa.

Suspiro y me siento al lado de Tyler quien, ajeno a la preocupación de su madre, une piezas Lego para crear una torre gigante. O eso es lo que cree que logrará, ya veremos como se toma que la torre no supere los diez centímetros.

Todos los domingos me encargaba de cuidar al pequeño Ty para que su madre pudiera ir a sus reuniones de AA*. Aunque le insistí que no necesitaba el dinero, me paga unos cuantos billetes cada vez que vengo, los cuales terminan siendo invertidos en más bloques para Tyler. Me divertía mucho pasar tiempo con el niño, ayudándolo a construir o comiendo galletas mientras mirábamos alguna película, pero hoy mi mente estaba algo alejada de la casa de los Duncan. Era domingo, lo que quería decir que habían pasado cuatro días desde que Max estuvo en mi sala de estar, también quería decir que lo vería mañana en mi casa como habíamos quedado. O más bien como él había decidido por los dos.

No sabía que esperarme de la primera reunión, hasta ahora ninguno de nuestros encuentros había sido muy amigable y aunque no me gustaba discutir o meterme en problemas, años cerca de mi padre me habían enseñado que nadie tenía derecho a hacerme menos, excepto él claro, y sí era necesario pondría los puntos sobre las ies en nuestra próxima reunión de equipo o eso intentaría si me escuchaba por más de treinta segundos seguidos.

Mi ojo derecho es golpeado repentinamente por uno de los bloques frente mío y el escozor me hace cerrar el ojo y taparmelo con ambas manos mientras se empiezan a poner llorosos. Miro al responsable con mala cara mientras este sonríe malvado enseñando los espacios donde debería haber dientes.

—¡Casi me sacas un ojo, pequeño niño del dem...—me detengo antes de decir una grosería delante de un niño de ocho años e inhalo hondamente antes de volver a hablar—Ty, ¿qué te he dicho de tirarle bloques a las personas?

Va desapareciendo su sonrisa mientras juega con el dobladillo de su camiseta mirando hacia el suelo.

—Es que no me escuchabas, estabas como dormida con los ojos abiertos, como los vampiros de esa película que vio Joe—farfulla aterrado gesticulando con sus pequeñas y peligrosas manos todo lo que decía. Suspiro y le paso una mano por su melena rubia, parecía una mini estrella del Rock.

—Vale, entiendo, pero para la próxima no me tires nada que podría dejarme ciega, ¿de acuerdo?—asiente volviendo a mostrar su sonrisa mellada—¿Vemos una película?

Se pone de pie al lado mío y corre hacia el televisor dejandome todo el desastre de bloques a mí.

—Emi, están dando una buena en el canal seis, ¿la vemos?

—Buen intento, Duncan.

(...)
                              

Cierro mi casillero y aprieto los materiales de mi próxima clase contra mi pecho mientras batallo con el embotellamiento en los pasillos para poder llegar al salón. Luego de casi sacarle el ojo a alguien y estar a punto de comerme el suelo por un traspiés logro traspasar el umbral del aula de español y ocupar mi asiento sin más percances mientras seco un par de gotas de sudor que se acumulan en mi frente, los pasillos del instituto pueden ser reales campos de batalla si elijes una mala hora para transitarlos.

Suspiro y dejo mis cuadernos y libros en la mesa, aliviada de no ser la única a la que la hora punta ha retrasado en los pasillos, la profesora Rodriguez aún no da señales de vida. Le doy un vistazo al salón para revisar cuantos hemos logrado sobrevivir a la catástrofe y además del sitio de la Srta. Rodriguez hay más de un par que se encuentra vacío. La mesa de Max no es una de ellas, ahí se encuentra ya él, leyendo casi aburrido una copia del libro que tomó en mi casa.

Reviso que no haya señales del profesorado y vuelvo a observar lo más disimuladamente que puedo a mi compañero de clase. Si lo vieras de lejos y no llegaras a tener la desgracia de conocer su agrio carácter compararías su apariencia con un soleado día de verano. Cabellos rubios que se descontrolan cada vez que la brisa características de estos meses sopla en su dirección, ojos tan azules como el mar antes de una tormenta siguen la lectura con un gran ceño fruncido, como un cartel de peligro que reza “hablame bajo tu propia responsabilidad" y, si te acercas lo suficiente, como mi curiosidad me lleva a hacer, notarás un par de pecas que contrastan de una manera casi perfecta con su palidez. Todo esto te parecería tierno y hasta lo catalogarías como lindo si nunca lo llegaras a escuchar hablar y su intercambio solo llegara a ser un par de miradas accidentales en un lugar público.

—¿Qué?—escupe la pregunta malhumorado asustandome en el proceso. Me retiro otra vez a la seguridad de mi silla intentando no lucir todo lo avergonzada que me siento por haberme acercado tanto como para poder contar cada una de sus pestañas.

—Nada, solo...solo intentaba ver porque página ibas del libro, es bueno, ¿eh?—intento relajar el ambiente dándole un golpecito en  el hombro mientras le sonrío de forma amistosa. Por la forma en que endereza su escuálido cuerpo y aplana sus labios no creo que haya funcionado. Me aclaro la garganta y borro mi sonrisa mientras me froto el lóbulo de la oreja.

—¿Puedes, si no es mucha molestia, no invadir mi espacio personal ni respirarme en la oreja para la próxima? Hay algo que las personas llaman comportarse como una persona normal, deberías probarlo alguna vez—responde, no muy feliz, girándose hacia el libro e intentando darme la espalda completamente, algo difícil teniendo en cuenta que estamos justo al lado.

Nos salva la campana, o más bien la entrada de la profesora con el par de alumnos que faltaban, a mí de tener que seguir avergonzándome frente a él y a Max de tener que seguir soportando mi vergüenza. Aunque su rostro no se muestra muy alegre de verla, que sorpresa.

Para destruir más la poca serenidad que quedaba entre mi compañero y yo, la profesora tuvo la grandiosa idea de obligarnos a crear diálogos en español con el compañero de al lado. Y todo habría estado bien si a él no le hubiera sentado tan mal mis pequeñas ayudas con el idioma “Es como te llamas no como tu llamar" o "diecisiete no diesiete, no es tan difícil Max, vamos yo confío en ti". Creo que esa última fue la que más le molestó, porque su vena del cuello no había estado tan hinchada durante el tiempo que leía. Luego de eso solo me soltó un seco “mantén la boca cerrada de una vez" y se giró hacia el pizarrón, en silencio, hasta que terminó la clase. Temo por mi cuando solo tengamos que estar él y yo en mi casa porque su cara me dice que lo único que salva mi vida ahora mismo son los posibles testigos.

                      (***)

AA*: Alcohólicos Anónimos

Proyecto Amor(borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora