Diademas que valen más que coronas.

123 10 0
                                    

Alma N° 38.

Me encanta el silencio. Pero nunca me ha gustado el sonido de las agujas del reloj. No sé, suenan a soledad...a vacío.
     —Abue —repite mi nieta, probablemente por tercera vez.
     La miro a los ojos. Me suenan. Puedo escuchar su mirada. Es como la de su madre.
     —Abuuu —canturrea para que le haga caso.
     —Dime, Osito.
     —Ya tengo diecinueve años, Abu, —se queja—. Ya no me llames Osito.
     —Mientras tú me sigas llamando Abu, yo seguiré llamándote Osito.
     Me sonríe. Las dos sabemos que en verdad no quiere que deje de llamarla Osito.
     —¿Te habría gustado ser famosa? —me pregunta—. No sé. ¿Que todo el mundo sepa quién eres...que te vistan las mejores marcas...tener un novio futbolista...? —Levanta la ceja. Una de las pasiones que compartimos como nieta y abuela, es el fútbol...y los cuerpazos de los futbolistas—. No sé, que todo el mundo te recuerde
—concluye con gesto de sentir que se podía haber expresado mejor.
     El eco de su voz se desvanece. Suenan las agujas del reloj.
¡Cómo las odio! Soledad. Vacío.
     —¿Abu?

«¿Qué quieres ser cuando seas mayor?».
     Hace setenta años tenía la mejor de la respuestas para esa pregunta.
     Me acuerdo, fue mi abuela quien me la dejó caer por primera vez.
Y, —cómo no—, yo que era una excéntrica e "introvertida" charlatana, le incité a que respondiera primero:
     —¿Qué? —me respondió extrañada y esbozando una sonrisa—.
Yo que pensaba que ya era mayor...
—Me regaló una mirada de complicidad—. Aunque tienes razón —La miré extrañada, no entendía por qué decía que yo tenía razón—. ¿Cuándo se es lo suficientemente mayor como para ser lo que se  quiere ser de mayor? —añadió, como hablando consigo misma. Luego me miró a los ojos y por mi desconcertante expresión, entendió que aunque era una niña espabilada a los cinco años, aquella ultima preguntaba se escapaba de mi "abanico de respuestas preconcebidas"—. Creo, que de mayor... —comenzó a responder a la pregunta—...de mayor ...me gustaría haber sido todo lo feliz que pude ser mientras crecía. —Un halo de tristeza invadió su rostro—. De mayor...me gustaría no haber tenido miedo de equivocarme. De mayor me habría gustado no contratar aquel seguro de vida que no ha hecho más que matarme. Me habría gustado pensar más en el instante, y menos en jubilarme.
—Clavó su mirada en la mía con ternura, y aun sabiendo que no entendía nada de lo que me estaba diciendo, añadió—: de mayor...me habría gustado volver a ser una niña.
     En aquel momento no lo hice, pero siempre que lo recuerdo, me destroza la idea de no haberla abrazado con todas mis fuerzas. Pero tampoco puedo echarme la culpa...sólo era una niña...y solo...solo era todo aquello que ella quería volver a ser.
     —Ahora te toca —me dijo aclarándose la garganta y esforzándose por no parecer triste. Todo su cuerpo, todo su ser y toda su alma, pronunciaban en silencio las letras de aquella canción de Hanzo The Homie que decían: háblame un poco más de tu vida, a ver si así me olvido un poco más de la mía.
     —De mayor quiero Eder una bailarina —le contesté—. Y también actriz. Y también modelo. Y también diseñadora de moda, como mamá. Y también escritora como papá. Y también quiero ser muy famosa y...y también quiero casarme con un futbolista.
     Y también y también, y tan mal que al final no fui ninguna de esas cosas.
     —¿Sabes? —me preguntó mi abuela, otra vez con torno de hablar consigo misma—. Mi madre, es decir, tu bisabuela...
     —¡Y también quiero ser abuela, cómo tú —la interrumpí—. Y...bisabuela, como tu mamá.
     Y también, ¡Dios mío que sí también!, y tan bien, eso sí llegué a ser.
     Mi abuela comenzó a reírse. Me acuerdo de su sonrisa. No exageraría si dijera que la primera relación de puro respeto que presencié fue la de las arrugas de su cara con su risa. Cuando abría la boca y estiraba los músculos, parecía que rejuvenecía. Mi abuela era la mujer que le susurraba a la alegría.
     —¿Qué es lo que solía decir tu mamá, mi bisabuela? —le pregunté intrigada.
     A mi abuela le encantaba hablar, pero lo que más placer le producía era provocar curiosidad en las personas...expectación.
     —Tu bisabuela. —Me sonrió antes de añadir—: mi mamá...solía decir qué hay diademas que valen más que coronas.
     Se hizo silencio: yo, pensando.
     Ruido: yo llegando a una conclusión:
     —Pero las coronas son más bonitas que las diademas. Son más grandes y tienen muchas más joyas.
     Mi abuela me sonrío. Le encantaba mi sentido común y mi lógica aplastante.
     —Tienes razón —me dijo—. Pero a veces, y solo a veces, en valor de las cosas ni se mide por su belleza o por su precio.
     Ya sabía la pregunta que le tenía que hacer: "¿cómo se mide el valor de las cosas?". Pero dudé. Aunque era la primera vez que hablábamos de ese tema, ya habíamos tenido conversaciones similares. Estaba segura de que la respuesta sería algo así como: "por lo feliz que nos hacen"; "por su importancia emocional"; "por el amor que sentíamos hacía el objeto, la persona o el momento".
     —¿Y cómo se mide el valor de las cosas? —pregunté al final, ansiosa de poder añadirle ideas a mi abanico de respuestas preconcebidas.
     Se hizo silencio, de los que me gustan. De esos que en los que te das cuenta de que la otra persona se está esforzando por encontrar una respuesta asertiva, una respuesta que no sea mentira ni para los demás ni para sí misma...una respuesta que no diría cualquier actor de una película dramática para quedar bien...Yam respuesta de verdad.
     —No lo sé —respondió.
     «No lo sé». Era la primera vez que alguien me decía eso. Desde mis padres, pasando por mis profesores, y hasta llegar a mi abuela, nunca nadie me había respondido con eso. Todos tenían respuestas para todo: la existencia de Dios, vida en Marte, el amor, Messi o Ronaldo...todos tenían una opinión sobre todo...todos tenían siempre su verdad. No sé, pero es posible que «No lo sé», sea la respuesta más sincera que me hayan dado nunca. No sé, pero es posible que, si fuésemos conscientes de que no lo sabemos todos, tal vez diríamos un poco más la verdad.

—¿Abu? —repite mi nieta, probablemente...no sé cuántas veces ya; para sacarme de mi involuntario ensimismamiento.
     —Dime, osito. —Mi nieta me mira con gesto de tristeza. Sabe lo que me acab de pasar y no insiste con la pregunta que me hizo.
Pero sus ojos me hacen recordar.
     —¿Si me habría gustado ser famosa y recordada? —digo, y nos refresco la memoria. Su rostro se ve más animado.
     Y justo cuando voy a contestarle con un «no lo sé», me acuerdo de que es posible que todos mis recuerdos, incluido el que os acabo de contar, sean fruto de mi imaginación. Porque desde hace años, mi Alzheimer y mi demencia se están encargando de llevárselo todo y volverme loca. Y digo mi "Alzheimer" y "mi" demencia porque como solía decir mi abuela: "somos nuestra salud y nuestras enfermedades". Es posible que toda mi vida, al menos de la que creí acordarme...sea una mentira, una respuesta de esas que todo el mundo tiene. Es posible que todos mi vida sea un "no lo sé", como a mí me habría gustado.
     —Recordar —le digo a mi nieta, como solía hacer mi abuela, como hablando para mí misma—. No sé qué es lo que me habría gustado ser...—Hago una pausa y "recuerdo" l pregunta que me hizo mi abuela—. De mayor...—Miró a mi nieta a los ojos, me suenan, sé quién es porque son como los de su madre. Si no fuese por ese detalle, por esa diadema m, me olvidaría de ella todos los días—. De mayor... —Le acaricio el rostro y no puede evitar derramar una cálida lágrima antes de concluir—: de mayor...más que recordada, me gustaría recordar.

Las Almas De Brandon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora