[10] Idénticos

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Quedé estancanda en mi lugar, mirando una sala con una mesa comedor llena de comida junto a varias jarras, vasos, platos y cubiertos. No le cabe más. ¿Y las personas? Ellas menos caben.

Pero hay armonía. No importa la edad, se hablan, ríen y gritan un poco, en burla o juego. Algunos voltearon a vernos y saludaron a Naim, pero mantuvieron su distancia y eso me agradó mucho más que notar la unidad. Los que bebían no comían, o comían y no bebían o ambos, si podían. Había música de fondo donde canta una mujer de voz rasposa en un ritmo que recorre tu columna y brazos, a buen volumen. Decoraron con globos amarillos y blancos, lazos cruzados unos con otros de los mismos tonos en cada puerta o arco de entrada y salida, pasando bandejas con comida pero en pasapalos. Creí ver papas fritas...

Creo que entró una basura en mi ojo.

—Estoy buscando a María pero no la encuentro. Hey, ¡Héctor! —llamó y un hombre con la bandeja con sí, papas fritas, se detuvo a sonreírle—. ¿Y María?

—Con sus tsunamis alrededor.

—Dónde está, graciosito.

Héctor golpeó su hombro y señaló el techo.

—Si entras, difícil que salgas. —Sonó a advertencia pero Naim tomó mi mano y corrimos.

Dimos vuelta a la casa y aparecimos en un pasillo vacío con escaleras. Le seguí el paso y nos quedamos en el segundo piso.

—¡María!

—Grita mas alto, seguro no te oyó. —Agité el oído mas cercano a su gran boca. Tengo un hormigueo en él.

—Lo siento, está algo sorda cuando la rodean sus hijos.

—¿Y para llegar a ella me dejas sorda a mí? —pregunté jugando con él y antes de que se pusiera intenso, solté su mano—. Tu ve por allá y yo de este lado, es más fácil encontrarla si nos separamos.

Me giré a la izquierda y toqué a la primera puerta que encontré, recibiendo silencio y una puerta con seguro. Pasó lo mismo con la segunda, que era un baño. La tercera era una habitación con maletas en la cama y cero personas. La cuarta, mi último rayo de esperanza traía ruido con ella. Le repiqué al celular de Naim y lo tuve a mi lado, sonriendo con anticipación.

No tocamos. Naim abrió y la escena en cuestión era de pena. Pobre mujer.

Tiene una gran panza, sentada en la cama como puede con una niña entre sus piernas tratando de hacerle una trenza y dos niños mas correteando, subiendo y bajando de la cama; brincando en la cama, saltando de ella al suelo y su madre, por lo visto, les grita que obedezcan pero ni al caso.

—¡Hey, hey! —dijo Naim y todos lo miraron—. Siéntense, ahora.

—¡Naim! —La mujer soltó el cabello de la niña y abrazó a Naim con una sonrisa contagiosa—. Es bueno verte.

—También estoy feliz de verte, María. —Con cariño, depositó las hebras de su cabello detrás de sus oídos—. Y necesito que me expliques muchas cosas pero antes. —Se quitó de en medio y me mostró como padre orgulloso—. Te presento a Adara, mi pelinegra.

Sonreí sintiendo una confortable empatía con María y le di mi mano.

—Hola María, te ves muy linda.

—Gracias. Yo quisiera tu figura.

Reí, soltando su mano y viendo lo quieto que se quedaron los saltarines en lo que Naim dio la orden.

—Como he dicho, como padre no te morirás de hambre —elogia a Naim y al verlos juntos, casi suelto un grito.

—Por Dios —musité, creyendo que veo rarezas donde poso los ojos.

Naim, Eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora