[19] Lo que se dice

86 9 11
                                    

Creí ser una persona completa.

Creí que me las gastaba bastante bien en la vida y no necesitaba a nadie más que a mí y a los dos amigos que me regalaron los años, las decisiones precipitadas y pensadas; a mi madrina que ocupa un lugar, y solo un lugar, en mis días. El trabajo que no soñé pero sí ambicioné y con dedicación, tiento, y tesón obtuve. Una vida cómoda, sí. Una vida de tranquilidad en la que lo único en lo que tenía pendiente era que mis padres y su prole no me quitaran años de existencia que aun no llego a estrenar. Una vida en la que me resigné a que no estaría con nadie si no podía borrar la sonrisa de un mismo rostro, un rostro que ya está ocupado.

Era todo.

Y tuvo que aparecer este muchacho. Este niño a querer revolver mi cotidianidad con toda aquella gallardía, tolerancia, buen humor y persistencia. Demasiado despreocupado en sí mismo como para percatarse de ciertas evidencias. Tengo mis miedos y problemas con los que lidiar, pero no espero añadir la estupidez como uno de ellos.

—¿Qué me dices? —presionó, tomando en cuenta mi mudez—. ¿Quieres estar conmigo? Pero no con la esperanza de que yo cambie o que tu lo hagas, Adara. Juntos de verdad, verdad.

No teniendo que pensarlo más, asentí, dispuesta.

—Quiero, Naim. —Y sonriendo, agregué—. Juntos de verdad, verdad.

Me sorprendí al tener su boca sobre la mía, sobretodo por el mesa interpuesta entre nosotros. Pero no me negué el besarlo por un momento, sintiendo su alegría traspasar de sus labios a mis labios. Se alejó, con una sonrisa deslumbrante.

—Mi graduación es en pocas semanas y quiero que estés allí.

Fruncí el ceño. Así que Miramar sí dijo una verdad entre sus sarta de mentiras.

—Lo estaré —prometí.

De ser posible, se amplió su sonrisa.

—También lo estará Mima.

—Ay no...

—Pelinegra.

—No, Naim. Ya sé por dónde vienes y no voy a ser amiga de Miramar y menos con...

Me quise dar golpes, nuevamente, con la mesa. ¡Casi le decía las tuyas y las mías!

—¿Menos con...? —preguntó, curioso y menos risueño—. ¿Con qué?

—Con tu insistencia —dije como si aquí, ¿pasó algo? No, no pasó—. Las amistades o la cordialidad no aparece de la nada.

—No es cierto —contradice con certidumbre—. A ti —me muestra sus palmas para que apoye mis manos en ellas. Al hacerlo, continúa—, te encontré de la nada.

Lo miré conjeturando. Era un embrollo tratar de explicarle un asunto como ese cuando se ponía en plan cariñoso.

—Te clavaste en mi vida, que es distinto.

—Procuro hacer todo bien y eso, lo hice muy bien.

Reí, congraciando con ese parecer.

—Te dejo con tus amigos —dijo, sorprendiéndome al levantarse y llevarme hasta él de la mano—. ¿Me verás bailar?

Divertida, pregunté:

—¿Verte bailar?

—¡Claro!

—No sé porque querría —conforme dije esto, él empezó a carcajearse—. ¿Para ti sería plato de buen gusto verme bailar frente a otros? Y no te estoy juzgando, comprendo que es un trabajo, pero no me fascina. ¿No viste lo incómoda que estuve cuando bailaste frente a ti?

Naim, Eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora