—Lo que me ofrece suena interesante, señorita.
—Mas vale o sino no habría venido. Y lo digo con mucha sinceridad.
Salomón, un hombre de risa afable, modales toscos y una verdad que he oído escasas veces en un tono, me sonrió y fui una víctima de su indudable belleza. No una que popularicen los modelos australianos de piel morena. Él es grande, de buena contextura, de la que tienen los que son de buen comer y de ejercicio de cuatro horas o dos, intensas. Sonrisa blanquísima en labios amplios y bien cuidados. Su cabello está rasurado, con formas de zigzag en los costados, justo encima de sus oídos. Va vestido veraniego, en pantalones verde claro de ruedo corto, sandalias blancas de suela gruesa y franela de un blanco veteado con gris.
—Conozco a Beth y lamento sus devenires en el matrimonio, pero no lamento que se librara de él.
Haciendo uso de la confianza que me ha dado, bizqueé.
—No me diga que usted también pretende darme lecciones.
Sus ojos recorrieron mis dedos.
—¿Va a casarse? ¿Por qué?
Mi silencio le dio tanta gracia que se dio a la tarea de reír.
—No puede decirlo. ¡Así estará! —Encantado con mi futura vida marital, asiente pesaroso—. No haga una fiesta muy grande. No es lo mas importante, créame.
—Ese consejo sí se lo tomo.
—¿Y porque si ya estamos claros y convencidos en nuestros negocios no ha vuelto al festejo?
—No quiero encontrarme con Ferres.
Salomón se retrae en el sillón y me ofrece una vista confundida.
—¿No es él con quien va a casarse?
—No —dije con horror.
No parezco haberle esclarecido el asunto.
—Ferres ha tratado de acosarme. Una vez casi impide que salga de su país y si está aquí, muy lejos de su hogar, es para cumplir su capricho conmigo y temo que vayan a ayudarle.
—¿Ayudarle quiénes?
Apreté mi quijada para refrenar mi lengua. Salomón era astuto y no le sería difícil saber los quiénes. Por cómo acogió su tono, lo supo.
—En mí no habrá cómplice, señorita Adara.
—Disculpe que no le tenga la suficiente confianza —espeté, desviando la mirada a una de las ventanas que dan vista al interior del mar—. Parece que es de noche.
Su bramido me hace verlo entre sorprendida e hilarante.
—¿Y si me ofrezco a serle de escudo? Se lo debo por ser mi intercesora con Lilibeth. Por favor, no vaya a rechazarme, porque tiene cara de que suele rechazar.
No lo negué ni dije que sí.
—No me gustaría que tuviera un pleito con él —escogí decir.
Salomón me entregó una sonrisa tranquilizadora y ofreció sus manos para que me pusiera en pie. La oficina de la que hicimos parte para nuestra conversación había sido un préstamo de Rivas, según Salomón y era hora de abandonarla.
—¿Sabe lo que se cuece en este tipo de viajes, no?
—Solo un tonto vendría sin saberlo —contesto, esperando a que se haga explicar de una vez.
—Sea tan inteligente como hace poco ha presumido y acépteme de escolta; estoy seguro que su prometido me lo agradecería y yo estaré mas tranquilo de que Dedil no la aborde como suele hacer.
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Naim, Eres tú
RomanceHabiendo ya entendido que aquella persona de la que está enamorada no lo está de ella, Adara Limale pretende olvidar el asunto; de alguna manera. Y mientras eso sucede lentamente, aparecerá con decisión, fuerza y resistencia un hombre que tiene much...