Capítulo 39

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[ Al mismo tiempo, Tokio, Japón ]

—¿Puedo preguntar... qué sucede, Agatsuma-san?

Con una sonrisa siendo tapada por un dedo haciendo señas de silencio, el rubio la silencia.

—Grita y te inyecto.

Nezuko traga saliva, pero asiente.

—Que dócil...

Contra el costado de Nezuko, Zenitsu tenía una jeringa.

—Lo siento, me ordenaron hacerlo.

—¿Una orden...? ¿De quién?

Zenitsu alza sus hombros.

—Ni idea.

Sus ojos se veían sin vida, fríos y sin sentimiento alguno.

—¿Por qué...?

—Hablaremos luego, Nezuko-chan.

Una mordaza es rápidamente puesta en su boca, al tiempo que es tirada por él.

Ella se encontraba saliendo de su residencia para buscar a su hermano, quien aún no regresaba.

En la puerta del edifico el amigo de su hermano se acercó a ella, la llevó cerca de la carretera y la subió a una camioneta negra, que se veía bastante cara.

Estaba sentada en los asientos traseros.

El rubio pasa por el lado de los asientos delanteros y enciende el auto.

Luego empieza a andar.

—Si te preguntasen, Nezuko-chan... no, si te obligasen a decidir entre tu única familia y... quien te gusta. Uno vive, otro muere ¿a quién elegirías?

Nezuko frunce el ceño.

Realmente no estaba en pánico.

Estaba algo asustada, pero gracias al entrenamiento que su abuelo le dio alguna vez, ella sabía controlarse en estos momentos.

—Mi hermano se iba a casar mañana ¿sabes? Estaba tan contento... aunque iba a ir al baile solo, realmente quería ir... yo... quería hacerlo.

El rubio aprieta el volante y acelera aún más.

—Nunca pensé... —suelta el volante y vuelve a los asientos traseros, el auto al parecer tenía piloto automatico—. Nunca pensé que habría elecciones tan complicadas en mi aburrida vida.

Él esculca en los bolsillos de Nezuko.

Le quita las llaves, su teléfono y su cartera.

Se queda mirando el teléfono, luego mira alrededor.

Él mete sus manos por debajo de su falda, asustándola un poco, pero al ver sus ojos ella se calma.

El rubio mete el teléfono en su ropa interior y lo deja en la pretina de ésta.

Sus ojos fríos y sin vida de repente le expresaban algo.

Una intención.

El monitor que había junto al volante suena y una llamada empieza a reproducirse.

—¿La tienes?

Sus ojos vuelven a ser sin vida.

—La tengo. Creo que me siguen, así que hagamos esto rápido.

—Bien, bien hecho.

La llamada es colgada.

El rubio vuelve al volante.

Club de Artes - TanjiKanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora