Los ojos grises del rastreador brillaron embargados de ira por las formas que el olor a la sangre derramada proveniente del norte, acentuaban. La imagen que se formó en su cabeza debido a los fuertes aromas en el ambiente no distó mucho de lo que encontró en la aldea.
Viviendas quemadas, cadáveres putrefactos de hombres, mujeres y niños se veían en las puertas y ventanas, mientras en la calle por donde avanzaba los carroñeros habían hecho su labor limpiando y arrastrando lo que dejaron los verdaderos culpables de la tragedia.
Descendió frente a la casa que fue su hogar, el olor metálico procedente de quien durante años le crio, llegó con fuerza, no podía hacer nada, se sintió tan impotente, que ni siquiera las piernas respondían a la orden que su cerebro daba de avanzar.
Dio media vuelta y sacó del equipaje lo único coherente que limpiaría el lugar, pronto el antiguo pueblo se llenaría de alimañas, pero en especial de los Ghoul que habitaban en los cementerios de los héroes de guerra que abundaban en el sector. Su montura comenzó a impacientarse, por la época del año las horas de luz eran menos y pronto se convertirían en una presa más de estos asesinos.
Cogió la rienda del caballo encaminándose donde sabía podía encontrar explosivos. No hubo necesidad de esforzarse, la puerta del almacén se hallaba destrozada, los dueños con el cuello roto yacían sobre la sangre seca de las heridas, su mente por unos segundos le jugó una mala pasada superponiendo la imagen de su madre, sacudió la cabeza adentrándose a conseguir lo que requería.
Al abandonar la morada el sol ya se ocultaba en los cerros occidentales, los colores azules, verdes y morados se mezclaban, tenía que apurarse si deseaba salir ileso.
Encendió el primer cartucho para lanzarlo a la armería, los otros los tiró al azar por cada una de las calles del pequeño pueblo, el último fue dentro de la hermosa construcción que cumplía las veces de escuela, los estallidos secuenciales encendieron la madera, espoleó al jamelgo y procuró no voltear hasta que alcanzó la parte alta del camino por el cual llegó.
Observó el resplandor naranja y escuchó el crujir de los chamizos, realizó una pequeña plegaria por las almas de los caídos, entre las sombras que ya llenaban el lugar pudo distinguir un grupo particular que le espiaba.
Oteó el ambiente confirmando sus sospechas.
—Cinco contra uno —susurró consciente que le escucharían, los años de adiestramiento por los Deum le permitían conocer las ventajas y debilidades de sus enemigos—. Quiero hablar con su líder, lo espero en la posada de Majestic.
Los sonidos de los Farkaskoldus mezclados con los de sus compañeros de camposanto, se oyeron demasiado cerca, era lógico cuando su ropa se impregnó del aroma de la muerte, apretó el galope pensando en lo que diría a su mandatario, lo único que quedaba al descubierto es que la tregua se había roto, por eso necesitaba hablar con quién estuviese a cargo, dar un paso en falso con ellos equivalía a quedar su hipótesis en entredicho, y chivos expiatorios en esas tierras abundaban.
Majestic le dio la bienvenida, ingresó a donde pernoctaría pagando por adelantado al encargado de los caballos y recomendándole una buena ración de heno, así como asear a su amigo. Siguió al salón donde la música y la comida se estaban sirviendo, en la barra colocó las monedas de oro solicitando una de las habitaciones con baño que quedaban en el tercer piso, una señal con la cabeza puso a un mozalbete ante él que le indicó el lugar donde dormiría.
Abrió la puerta mostrándole las bondades que el dinero de su rango le permitía, sacó un doblón y se lo entregó, debía guardar silencio sobre su propina sino quería que se la quitaran, el chico sonrió y la escondió donde claramente no buscarían.
Tan pronto quedó solo, se desvistió para bañarse, empacó cuidadosamente las prendas que ayudarían a los rastreadores del castillo a obtener pistas sobre los atacantes.
—Renegados —la profunda voz le obligó a mirar hacia la ventana—. Si llevas esa ropa lo único que obtendrás es a esos bastardos y sus esbirros siguiéndote.
—¿Uno de tu calaña se preocupa por mí? No me hagas reír.
El ensortijado cabello rubio se movió con la brisa nocturna dejando ver los ojos negros de su visitante, sabía perfectamente que indicaban, no consumía sangre desde hacía tiempo, así que no podía ser uno de los perpetradores.
Buscó dentro de la mochila para lanzarle un par de frascos similares a pequeñas ampolletas, el hombre las destapó para beberlas de inmediato.
—Me invitas a cenar y yo que no traje nada —dijo burlándose del ojigris delante de él, acomodándose en la poltrona frente al fuego. Destapó con confianza la botella de vino que el mozo llevó consigo cuando entregó la alcoba y sirvió saboreando el dulce licor que escasamente habría cumplido unos meses de fermentado.
—Un grupo de veinticinco, ocho líderes entre lobos y vampiros, el resto eran híbridos y transformados —los iris grises enfrentaron a los de color avellana que no dejaban de escudriñarlo—. En esa aldea también vivían seres por los que sentía aprecio. Tendría más información sino hubieses quemado todo.
—¿Me equivoqué al hacerlo?
El vampiro buscó dentro de su chaqueta un objeto que le lanzó al lobo que, en un rápido ademán, agarró en el aire.
—Creo que te pertenece —se levantó observando a quien era un poco más bajo que él—. Dile a tu Rey que me presentaré en dos lunas.
El tipo desapareció tal como llegó. Pasó su mano por la cabeza dejando que el liso cabello perlado terminara de desordenarse, abrió la cajita de terciopelo encontrando un hermoso colgante con un cristal que contenía un líquido rojo brillante, dentro del empaque una nota con la letra de su madre:
«Por siempre Cici».
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Pacto de Sangre - Serie Hombres Lobo I
RandomCici fue entregado por sus padres a los cinco años a los Deum, los hombres lobo al servicio del rey de Turmeni para ser criado como un soldado, un cazador de los ayudantes del demonio, los Upir. A sus veinticinco años cuando la aldea en la que creci...