Mi madre: Sarata

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Cici se desesperó por llegar antes del anochecer a la casa de su madre. La lluvia que a los pocos kilómetros de emprender su viaje arreció hasta convertirse en una fuerte tormenta, que atrasó su itinerario en seis horas; ahora estaba forzando a la cabalgadura para estar con Sarata en la seguridad de su casa, sin ser víctima de los convertidos o los carroñeros que cada vez se hacían más frecuentes en los caminos de Turmeni y los poblados aledaños, además acababa de salir de un enfrentamiento mal librado y no quería una recaída a portas de celebrar su cumpleaños con el Upiro que lo crio.

De pronto el caballo se negó a seguir avanzando, el olor a sangre inundaba el lugar, junto con la presencia de varias entidades de la noche. Cerró los ojos tratando de configurar las cientos de imágenes que se formaban en su cabeza, espoleó al animal y pronto verificó lo visto, el pueblo de Yamelt, cabecera del ducado del mismo nombre había sido arrasado.

Los cuerpos degollados y mutilados se veían por doquier, era un escenario dantesco que mostraba como la agresión fue a mansalva, no tuvieron tiempo de defenderse y el número de salteadores debió utilizar las tácticas de los Diablum, ya que su aroma estaba por todas partes.

Continuó con precaución hasta la casa de su madre, descendió del caballo para pararse delante de la puerta, el dolor que sintió de quien minutos antes del deceso acompaño a Sarata le embargaron evitando que pudiese pasar del pórtico, el vampiro abrazaba al albino pidiéndole perdón por no llegar antes, quiso ver la cara de quien sin duda era el protegido del que tantas veces le habló Viera, pero su mente y cuerpo se embargaron del dolor y la rabia de saber que no hubiese podido hacer nada, así el clima se lo permitiera.

Dio media vuelta, limpió sus fosas nasales lo mejor que pudo sabiendo que era inútil, si quería sobrevivir en ese instante debía estar alerta con sus otros sentidos, ya que el olfato estaba sobresaturado del ambiente mortecino que le rodeaba.

Comprendió que en esa vivienda ya no encontraría lo que buscaba, lo más seguro es que el Upiro debió cortar la cabeza de Sarata para evitar que su cuerpo fuese profanado y las cenizas de su madre ya estarían dispersas por el frio bosque de Yamelt. Por eso se dirigió a la armería, ignoró los cuerpos de sus amigos y sacó lo que necesitaba, preparó lo más rápido que pudo las cargas colocándolas en lugares estratégicos que permitieran una explosión que dejara sin comida a los carroñeros, recitó las oraciones que los Deum le enseñaron en los rituales de entierro y que eran la manera de entregar el alma de los caídos al reino de Maute.

Tan pronto alcanzó la salida del pueblo encendió la chispa que generó el fuego de la inmolación.

No volteó hasta llegar a la colina que lo llevaría a Majestic, la estación del camino que le permitiría descansar esa noche e iniciar el regreso al palacio, debía pedir una reunión con los duques para tomar decisiones. Fue cuando los notó, aún no recuperaba su mejor sentido, pero el sonido de los pasos en medio de la nieve y las ramas secas alertaron la presencia de los vampiros.

Cici asumió que eran los agresores, suspiró para actuar con una estrategia que le diera el tiempo y una ventaja en caso de una confrontación.

—Cinco contra uno —susurró consciente que le escucharían, los años de adiestramiento por los Deum le permitían conocer las ventajas y debilidades de sus enemigos—. Quiero hablar con su líder, lo espero en la posada de Majestic.

Al marcharse sintió satisfacción porque los sonidos de los Farkaskoldus mezclados con los de sus compañeros de camposanto que se dirigían a comer en Yamelt se encontrarían con una sorpresa.

Apuró el paso para arribar a la posada en medio de Majestic, el lugar era una fortaleza de hechizos y soldados que le dieron la bienvenida, llegó al establo pagando una buena suma para que su montura fuese aseada y alimentada correctamente, el brillo codicioso del encargado no le dejó de otra que hacer una amenaza velada que el tipo comprendió de inmediato, más cuando reconoció en el guante de Cici el escudo de los Deum, era irónico saber que les temían a los cazadores en ambos lados por las leyendas que se tejían a su alrededor. Muchos los consideraban simples asesinos, para otros eran similares a los nigromantes de los Upiros y los más avezados juraban que eran demonios que con el permiso de Maute y Cīkaṭi paseaban en la tierra como ángeles justicieros.

Pacto de Sangre - Serie Hombres Lobo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora