Capítulo 23: Un mundo de luz

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         – Tengo miedo. – susurro mientras me agarro fuertemente a la barandilla del balcón.

– Confía en mí, no te va a pasar nada. – me dice Pterseo como a una niña pequeña, antes de darme un pequeño empujón hacia arriba.

¿Quién me convenció a hacer esto? Ah sí, ya sé quién. El hombre por el que haría está y otras muchas locuras, aun sabiendo las consecuencias.

– ¿Sabes que esto se llama delito, verdad? – le pregunto mientras paso una pierna sobre la barandilla para cruzar hacia la ventana.

–¡Cuidado! – exclama fuertemente Pterseo cuando ve que me desequilibro hacia abajo.

Miro hacia los lados para ver si alguien le ha oído,  pero es casi imposible; no hay nadie en la calle. Y es que dentro de unos minutos van a cerrar todo y Pterseo tiene la genial idea de estar dentro antes de que eso ocurra.

– Yo que tú no me gritaría. ¡Yo no soy el que está abajo!– le medio amenazo. 

– He captado la indirecta. – responde. Intuyo que ha levantado las manos,  como diciendo lo he entendido, no me pegues; pero quién sabe, no le puedo ver la cara.

Poco a poco, creo que a un ritmo demasiado lento según Pterseo, paso la barandilla y llego hacia la ventana. Se puede ver que dentro está todo oscuro, ya han cerrado. Por un momento pienso que todavía tenemos tiempo para bajar y salir de aquí, antes de que nos pillen; pero antes de que pueda girarme, Pterseo ya está al lado mío.

–¿Preparada?– me pregunta mientras me agarra fuertemente la mano.

No, no quiero hacerlo.

En ese momento oigo un fuerte ruido y veo como la ventana de abre lentamente.

– Demasiado tarde.– proclama victorioso para sí mismo,  como si me hubiera leído la mente.

Puede que me esté volviendo una delincuente o tal vez sean las neuronas que me han dejado de funcionar, porque nunca en mi vida me había imaginado que estaría aquí de noche.

Melanie hace tiempo que has dejado de escucharme.– dice mi estúpido cerebro, haciendo que me marée durante unos segundos.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, me recuerdo donde estoy; dentro del Museo Dareens Coperns.

Nunca lo he visto por dentro,  pero como buena chica que he sido toda mi infancia, me he tenido que aprender también todos los monumentos de Lithops. ¿Quién sabe para qué? Menos mal que Lithops es pequeño...

El único monumento que podría destacar por su sencillez y elegancia, es la plaza. Los lituenses, así se llaman, creen que viven en una ciudad; una falacia en la mayor parte de Lithops. Pero no les voy a quitar su pequeña alegría.

– ¿Qué hacemos aquí Pterseo? – le pregunto mientras mira por los pasillos haber si está el guardia de seguridad.

– ¡Descubrir arte!– exclama sarcásticamente más relajado.

Le miro con la cara de odio más infinita que puedo hacer, pero me doy cuenta que no me ve los ojos. ¡Mierda!

– ¿Puedes verme?– dice Pterseo.

– ¡Claro que sí! – salto. Al instante me doy cuenta que él cree que llevo gafas de sol, cosa errónea. – Pterseo,  estas gafas no son gafas de sol. Son gafas sin graduar, pero al ojo humano los cristales parecen oscuros para que no me puedan ver los ojos.–

– ¡Ah! Por eso son tan grandes.– comenta atando cabos.

– Sí,  ahora me puedes decir que hacemos aquí. No podíamos haber venido por la mañana.

Pterseo me rodea la cintura con la mano y me acerca un poco hacia él. Lentamente aspiro parte de su aroma, creo que nunca me hartaré de él y olvido el porqué deberíamos irnos; se está tan bien.

– ¡Hay cariño! – mi corazón brinca al instante. – A veces hay que dar emoción y aventura a la pareja. – comenta antes de esperar mi respuesta.

¿Quiere decir que soy aburrida? ¿Necesita atracar un banco o tirarse por un acantilado para sentirse mejor? ¡Qué no cuente conmigo!

– Tienes razón, a la próxima vez nos tiramos de un tren en marcha para caer en un acantilado y hacemos wingsuit. ¿Te apuntas? – le comento dejando a Pterseo durante unos segundos en silencio.  No sabe si lo estoy diciendo en serio o no.

– No creo que te atrevas ¡El miedo a las alturas! – me ha pillado. Pero yo también a él, se que no lo hace por eso.

– Cierto, ¿ahora me vas a enseñar el porqué he tenido que subir a un balcón del museo para entrar aquí, o seguimos charlando hasta que nos pille el guardia de seguridad?

Pterseo me coge de la mano mientras me lleva rápidamente por el pasillo hasta una pequeña sala con una cúpula en el techo. Debajo de esta hay varias esculturas contemporáneas de madera.

– ¿Y esto?

–¡Qué impaciente!– exaspera Pterseo antes de mirar el reloj de su muñeca. – Espera unos minutos y verás.–

Espero y espero, pero no veo nada. Quiero decir algo, pero me aguanto y sigo esperando que ocurra algo. Y cuando ya no puedo más, ocurre algo hermoso y magnífico a la vez. Millones de pequeñas luces surgen y empiezan a sobrevolar sobre nosotros; un pequeño mundo de luz nos rodea. Hermosas luciérnagas que nos iluminan, me rozan la nariz y mejillas y dan un toque romántico a esta sala oscura.

– ¡Es precioso! – exclamo absorta en el pequeño mundo que se ha formado a nuestro alrededor. – ¿Pero cómo? –

– La verdad es que no lo sé...

Lentamente me acerco a él,  apoyo mi mano sobre sus hombros y le digo: – Gracias, esto es único. Creo que subiría cien mil veces ese balcón, sólo para ver esto.–

– Bueno entonces tendré que hacer más cosas alocadas para empezar a quitar ese miedo. – susurra cerca mío.

– Las aceptaré de buen grado.– comento antes de acercar mis labios a los suyos.

Y justo cuando nuestros labios se van a rozar, oigo un ruido, unos pasos y después unos gritos.

– ¿¡Ehh qué hacéis vosotros ahí!?

Y suena la alarma.

Eterno Poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora