Pequeña excursión a una antigua fábrica.

679 47 25
                                    

Cuando me desperté en la mañana siguiente Lady Dimitrescu seguía a mi lado en la cama, parecía estar profundamente dormida. Decidí levantarme primero teniendo cuidado de no despertarla pero eso no fue posible, nada más me levanté y me senté en la cama sentí como una mano me cogió en pelo y me estampó la cara contra la cama, sentí el dolor tan característico de la mordida de los Dimitrescu en mi cuello, no entendía porque ya hacía esto tan temprano. Nos quedamos así un par de minutos hasta que ella decidió soltarme y se dispuso a levantarse y empezar a vestirse, pero antes de eso tocó una pequeña campana para llamar a una sirvienta.

-Estás más dulce cuando acabas de despertar- dijo ella girándose para mirarme a los ojos.

-¿Por qué has hecho eso tan temprano?- dije mientras me sonrojaba.

-Tenía hambre y estabas a mi lado, así que decidí comer un poco- dijo ella sonriendo- y también es porque no se sabe a que horas vas a volver de la fábrica de Heisenberg hoy así que adelanté la cena.

Nuestra conversación fue interrumpida por alguien que tocaba la puerta.

-Adelante- dijo Dimitrescu.

En seguida vemos como una criada entra por la puerta, iba con la cabeza agachada y no recordaba haberla visto antes.

-Ve a los aposentos de la señorita Cristal y tráela ropa limpia y en seguida vuelve aquí para ayudarnos a vestirnos- ordenó Lady Dimitrescu a la sirvienta, esa asintió y se fue en seguida a lo que le habían mandado. 

La pequeña criada no tardó ni diez minutos en volver a los aposentos de Dimitrescu con mi ropa en manos. Me dispuse a ir a coger mis cosas pero Lady Dimitrescu me advirtió con la mirada de que no hiciese eso, así que alejé un poco y dejé que la sirvienta hiciese lo que le habían mandado.

Empezó por vestir a Lady Dimitrescu y sentí algo de pena por la chica pues no era muy fácil que digamos vestirla. Una vez terminó de vestirla se dirigió hacía mi empezando a ayudarme a desvestirme aunque no me gustase mucho la idea, pero acepté. Lady Dimitrescu tan solo se limitó a sentarse en el borde de su cama y mirarme. 

Estaba nerviosa, no sabía a dónde mirar, su mirada me ponía nerviosa y ella lo sabía lo hacía a posta para ver cómo reaccionaba yo.

Una vez la criada terminó de ayudarme pidió permiso a Dimitrescu para retirarse y nosotras nos fuimos de la habitación para bajar al comedor a desayunar. Como siempre cuando llegábamos los criados nos servían el desayuno a ellas una copa de su preciado vino y a mi me trajeron galletas de fresa con flores y un poco de zumo de arándanos.

Nos pusimos a desayunar y por primera vez reparé que en ninguna parte de la casa tenían las ventas o puertas abiertas, y rara vez ellas salían del castillo, y cuando lo hacían las hijas se tomaban un buen rato en vestirse, decidí pregunta el porqué de eso.

-Señora Dimitrescu, quería hacerle una pregunta- dije.

-Puedes llamarme tan solo Dimitrescu o Alcina. Pero dime, cuál es tu pregunta- dijo ella mientras bebía un sorbo de su vino.

-De acuerdo, mi pregunta es que ¿Por qué nunca se abren las ventanas del castillo?- dije.

-Eso es porqué nosotras no podemos estar en sitios demasiado fríos pues nos morimos- dijo Daniela hacia mi.

-Pero el día de la reunión habéis salido y caminado por la nieve- dije algo confundida.

-Si pero es porqué llevábamos unas ropas especiales que nos hizo nuestro tío Heisenberg para que no nos mate la baja temperatura, es algo complicada de ponerse por eso siempre que salimos tardamos mucho en prepararnos- dijo Bella.

La joven emperatrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora