Otro día como cualquier otro, ¿verdad?

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Al despertarme notaba el cuerpo pesado, miré la habitación y no estaba en mi habitación ni en la de Alcina, me sentía cansada y sin fuerzas. Miré la habitación, no había nadie, parecía una habitación de hospital antiguo algo improvisada, con algunos utensilios médicos básicos pero principalmente plantas medicinales. Estaba recordando lo que me había pasado antes de desmayarme y no entendí bien el porqué me habían venido aquellas imágenes a la cabeza, mis pensamientos fueron interrumpidos por un fuerte sonido de una puerta abriéndose. Era Alcina e iba acompañada por una señora algo mayor y bajita.

-Buenos días, veo que te encuentras mejor que ayer- dijo Alcina.

-Sí, muchas gracias por cuidar de mi, realmente no sé lo que me pasó...-dije.

-Tranquila, intenta descansar la doctora me contó que es probable que seas anémica o que has estado sometida a una gran cantidad de estrés, así que dime pequeña, ¿hay algo que quieras contarme?- preguntó Dimitrescu.

-De momento no, solo que ayer me sentía muy cansada- dije, no podía contarle lo de mis sueños, no hasta que Heisenberg me contaste la verdad sobre el padre del bebé.

-De acuerdo- dijo ella.

-Querida, ¿podrías decirme si sigues tiendo mareos?- preguntó la anciana.

-No, no tengo más mareos- dije.

-¿Tienes náuseas, dolor en el cuerpo, o cansancio?- dijo.

-No, la verdad es que me siento bastante bien- contesté.

-De acuerdo, pues creo que ya puedes irte, tendrás que comer más hierro a partir de ahora ¿Si?- dijo.

-De acuerdo- contesté mientras me levantaba de la cama.

-Y si sientes algo de cansancio ve directamente a la cama o aquí- dijo.

-Vale, muchas gracias por todo- contesté poniéndome al lado de Alcina.

-Bueno, espero que mejores pronto, hasta luego pequeña- dijo mientras Dimitrescu y yo nos retirabamos.

Una vez fuera de la habitación sentí como Alcina me cogía por los muslos haciendo que me sentase en su brazo. Me miraba fijamente.

-¿L... Lady Dimitrescu?- pregunté algo asustada.

-Cariño, por favor, no te asustes, no te haré nada, no hasta que veamos que mejoras, tan solo quería llevarte a mis aposentos pues ayer llegó tu vestido y tienes que probarlo antes de mañana por si acaso quieres hacerle algunos retoques- dijo ella mientras acercaba un poco su cara a la mía.

-De acuerdo pero... ¿Ayer? Donna fue tan rápida en hacer mi vestido? Y como que antes de mañana?- pregunté.

-Pequeña, has estado dormida por casi dos días- dijo ella.

-¡¿Dos días?!- pregunté alterada.

-Sí, estábamos muy preocupadas por ti, pero me alegro que estés mejor, luego ve a ver a mis hijas para que vean que estás mejor- contestó.

-De acuerdo- dije.

Ella se dispuso a caminar en dirección  a sus aposentos, yo mientras miraba a todas partes para saber cómo ir a la pequeña "enfermería" si necesitaba algo en el futuro. Me sorprendí que Alcina seguida caminando como siempre, era como si yo no le pesara nada, me podía coger con una facilidad que a veces me llegaba a asustar.

Pasado unos minutos hemos llegado a nuestro destino, Alcina me dejó en el suelo y me invitó a pasar a sus aposentos, vi como en cima de la cama había una gran caja de cartón muy bien decorada, sin ningún rasguño o deformidad.

La joven emperatrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora