II. Quiero a la operadora, pero le soy infiel con la TV

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—Yo te digo que esa cosa no es normal —comentaba mientras iba preparando una deliciosa y muy nutritiva cena para microondas—. Lo moja todo y destruye la ropa. Hace esos sonidos raros cuando nadie le ve. Pero yo sí que puedo escucharle. ¡Claro que puedo escucharle! Se cree que puede engañarnos, pero ya le descubrí.

Nadie me contesta al otro lado del teléfono. Suspiro indignado. Aunque la verdad era que estaba bastante acostumbrado a que se alejara cuando era la hora de soltar toda su comida.

«Pppppppppppppp...»

En forma de gas, por supuesto.

«Pppppp...pppp»

Así que ahí estaba.

Un fuerte y gracias a Gokú que no pude olfatearlo, torpedo que había superado al mío por cinco segundos más.

Si no estuviera tan ocupado chequeando el microondas para que no explote de pura causalidad correría hacia mi habitación para anotarlo en nuestra libreta de "Pedos Guinness"

Uf, así está mejor —pronuncia, liberando una pequeña carcajada luego—. Aunque te debo confesar que en pleno acto mi tío se asomó por la puerta. Son en esos preciados momentos, que agradezco que sea sordo.

—¡Pero si puede oler, so guarra! —reí, imaginado la cara del pobre Rolando al sentir aquella putrefacción—. Además, ¿podrías prestarme atención? Te estaba hablando de un tema muy serio.

¡Uy si! -exclamó rápidamente—. Repíteme de nuevo en qué universo es serio que la lavadora de tu casa esté embrujada.

—De Mitchells verzus de Machins —Ay, ta' bonito mai inglish—. Justo la peli que veremos hoy así que mueve ese cuerpo...

¡Alegría Macarena!

—¡Ah, no! Dijiste que no querías macarrones esta noche. ¡Los traes tú!

Escuché a mi mejor amiga burlarse de mí. Aquello era adorablemente humillante.

¿Por qué tardaba tanto la maldita cena? ¿Por qué estaba mirando el cuadro del pony rosado en el baño? ¿Por qué estaba en el baño de todos modos?

¿Que hago aquí, cómo pasó esto, de dónde vengo? Oh, Shakespeare... ¿quién soy?

Un momento...

¡El microondas!

El teléfono se me cae de las manos a cámara lenta como en una telenovela súper dramática, pero reacciono al darme cuenta de que a esos actores les pagan y mi madre me utilizaría de alfombra en la sala como lo rompiese; así que hago malabares, striptease, parkour y twerk para impedir que caiga dentro del inodoro.

Y por fortuna, pude cogerle a tiempo.

Gracias twerk, sabía que esas clases nocturnas en casa de Wayta valdrían la pena, añadiéndole mis dolores de espalda.

Que no saben lo duro que fue decirle a mi madrecita que no podía casi ni moverme porque de la noche a la mañana me habían empezado a gustar los hombres. Fue bastante duro.

Literalmente.

Esa vez no fue la chancla, sino la escoba y la plancha detrás mío hasta que ni modo tuve que decir la verdad, for my life. Y permítanme decirles que...

¡LUUUUCK! —me grita Wayta cuando pongo el celular en mi oreja.

—¿QUEEÉ? —lo hago del mismo modo que ella.

Como una hurraca muriendo mientras se baña en un recién descubierto charco de petróleo.

Esperen amigos, no.

El Lusho es de mi madre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora