I. ¿Mejor amigo del hombre? ¡Ja! ¡Mis hue... sos!

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—No Lusho... ¿Por qué Lusho? Yo te quería Lusho...

¿Eh? Argh... ¡Hola! Hmm, déjenme me arreglo la corbata y enseguida estoy con ustedes.

Ya está

¡Hola, amigos! ¿Qué tal?

Si, lo sé...

Seguro se preguntarán quién es esa pobre alma en desgracia que llora y está arrodillada frente a un chihuahua mientras susurra rezos apenas entendibles, ¿no?

Eso, o cómo demonios es posible que hable con ustedes. Y es que no estoy loco. Para nada loco. Cien por ciento cuerdo.

¿¡Cierto!? Cierto.

Bienvenidos a la cabeza de... ¿Saben qué? No diré mi nombre, no es importante. ¿Por qué? Debido a que tengo tanta mala suerte que si lo dicen o tan solo lo piensan, posiblemente un gato negro hará que una escalera pase por encima suyo cantando cumbia.

Y no me malentiendan, amo bailar cumbia. Es Lusho, el chihuahueño, al que no le gustan los gatos.

Ni tampoco mis tareas.

¡Lo sé! A mí tampoco me gustan las tareas de la escuela, pero no tenía por qué comérsela.

Menos, si se trataba de una que me salvaría de una futura suspensión. Todavía menos, si la profesora estaba al pendiente de mí constantemente. Y requete muchísimo menos, si se la tragaba de aquella forma.

Lenta y dolorosamente insoportable para mí, con aquellos enormes ojos bizcos que me observaban todas las noches antes de dormir. Nunca entendería por qué mamá quiso uno. Ofrecía un riñón a que esas ratas al nacer hacían un pacto con el diablo.

Buenooo...

Para empezar el hermosísimo lunes que me aguardaba, nada mejor que tu tarea en el estómago del perro de tu madre.

Seguido, una ducha que me congeló hasta los hue... huesitos, porque no había gas en la casa.

Mamá no estaba, mi padre... mi padre, ya no estaba con nosotros... porque andaba en un viaje por su trabajo.

¡Genial! No había dinero para el gas, pero si para que mi padre me comprara ropa, un ordenador y el nuevo IPhone. Esto era indignante.

Y como no había gas para el agua, tampoco para cocinar. ¡Si es que sin tenerlo sentía como se me estaban calentando los mismísimos hue... huesos, por Yizus Krayst!

¿Continúo narrando, o paso al especial? Neh, hago lo que quiera.

Lusho no estaba satisfecho aún, así que se comió mi calcetín derecho. ¿Cómo sabía que era el derecho? Porque a él le gustaba orinar los izquierdos.

Todos... Y... Cada... Uno... De... Ellos.

Me abstuve de tirarlo por el inodoro, a lo mejor si lo apretaba un poquito aquella rata cabía perfectamente.

No me mires así, Lusho. No me mires así que me espantas. Por favor, que alguien le diga que no me mire así...

¡Ya como sea! ¡Me largo de aquí de una buena vez!

—Y no podrás detenerme, ¿entendido? —le hago señitas a la rata que me mira sentada en el sofá.

Podría jurar que hasta entrecierra sus gigantescos ojos desviados, en mi dirección. Un escalofrío recorre mi cuerpo, y salgo de mi casa en menos de lo que canta un gallo.

Si, cómo no... Así hubiese sido perfecto, si no fuese porque...

Había olvidado los libros, la mochila, las llaves, el dinero, la billetera, el celular, mi chaqueta y ¿los pantalones? No, estos no. Gracias a Judines los traía puestos... ¿¡Calzones!? Iufff... Falsa alarma, también los traía.

Pero tenía que regresar a por las otras cosas.

¡Mamma mía, prótegeme!

Abro la puerta, y Lusho no está en el sofá.

Pero desgraciadamente sí está en mi habitación, mordiendo los últimos tres tristes zapatos "presentables" que me quedaban. Si es que tengo que poner una cámara para que mamá vea lo que su "angelical" rata hace.

Entonces, él me miró. Yo le miré. Y nos miramos.

Y...

Corro por mi corta y patética vida cuando se levanta detrás de mí como si tuviese los libros que tanto le gustan en vez de nachas.

Ladra, yo grito. Sigo gritando cuando me persigue por toda la casa. Continúo cuando me acorrala contra el frigorífico. Agarro la escoba a mi lado. ¿Una escoba? Si, una escoba.

Él me mira y gruñe. Yo le miro y creo que he mojado mis pantalones. Entonces, salta hacia mí pero mi súper escoba le alcanza y lo barre hacia el armario a su atrás.

¡Está vivo! ¿¡Cómo es eso posible, Dios!? Lo sé porque en cuanto cerré las puertas para aprisionarlo, comenzó a ladrar frenéticamente hacia mí.

¡Pero había ganado!

—¡Ja, en tu cara! Tiritiritiri...

Y es cuando comienzo a hacer un baile sensual con mis caderas y a cantar como buitre siendo estrangulado.

Lusho sigue ladrando, pero no le doy importancia porque subo a por mis cosas sintiéndome como el fucking gladiador romano que acaba de vencer a la bestia.

Continúa con sus ladridos cuando tomo el picaporte de la puerta principal, enseño mi dedo corazón aunque él no pueda verme y salgo muy campante porque este día ha mejorado muchísimo.

Sería un día ciertamente espectacular.

¡Ja!

¡Si, cómo no!

Así hubiese sido perfecto, si no fuese porque mi celular comenzó a sonar.

Aún con una sonrisa estúpida, ví que se trataba de mi madre y me lo llevé a la oreja.

—Dime, mami querida.

Cariño, ¿fuiste a buscar el pan?

¿Eh?

—Mamá, ¿cómo me va dar tiempo buscar el pan si estoy de camino a la escuela? —cuestionaba, todavía sonriente—. Usted sí que está loca.

¿Qué? —le escuché resoplar— Luck Dicha Fortuna... —hermoso nombre, ¿verdad?— ¿Cómo es eso de que no has buscado el pan? ¡Se va a acabar!

—Mamá que no puedo, voy para la escuela.

Mocoso tarado, ¡te voy a mandar la chancla por correo! —decía—. ¿qué escuela ni que nada? ¡Loco tú! ¡Hoy es domingo!

Jodida... mier...

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El Lusho es de mi madre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora