15. Honor

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La Ceremonia Fúnebre de Roel fue como ninguna otra en París. Era distinta a cualquiera que se hubiera efectuado para algún policía, o un miembro especial que hubiera cumplido las funciones de salvaguardar a la Capital.

Para Morandé fue instaurado un mausoleo especial conmemorativo, ubicado en el Cementerio Lachaise. Era un lugar donde solo sepultaban a personalidades importantes de París. En el centro del sepulcro, se colocó una enorme lápida que decía lo siguiente:

Un verdadero héroe, es quien sacrifica lo más valioso que le otorgó Dios, por el amor a los suyos. Hasta siempre a un Comandante ejemplar. Roel Morandé - 1998 / 2037.

La Guardia de Honor permanecería durante dos meses para enaltecer su memoria, pese a que su cuerpo no se hallaba en el lugar.

Axel Morandé colocó su mano sobre el mausoleo. No tenía palabras para describir sus emociones. Era tan pequeño e inocente, que no podía imaginarse lo que había sucedido con su padre. Solo sabía que lo denominaban héroe. Eso lo hacía sentir orgulloso; pero no podía expresarlo. Eran dos sentimientos muy distintos que colisionaban entre sí.

Lena y Zoé contemplaban el mausoleo con tristeza. Las lágrimas de Lena eran escasas. Se debatía entre los bellos recuerdos, y la idea de regresar a ubicar flores a un sitio vacío.

Clement y Bouvier se retiraron juntos del lugar.

—Estoy reviviendo el momento cuando Curie fue sepultado —dijo Bouvier—. Ese día le otorgué el nombramiento a Morandé.

—Hubiera sido un excelente Comandante.

Bouvier se detuvo repentinamente. Luego, Clement lo hizo y volteó a verlo.

—¿Por qué se detiene, Coronel?

—El puesto está vacante, Clement. Necesitamos a alguien que...

—¡Olvídelo! Ese cargo está maldito.

Bouvier bajó la cabeza y sonrió.

—No creo que sea la indicada para ser Comandante, Coronel. En ese cargo debe estar una persona dispuesta a sacrificarse por todo. Yo no tengo el valor para hacer lo mismo.

—¿Supones que Bernard puede regresar?

—Por el bien de París, espero que no. Ya fue destruido el último tablero. Hoy están registrando toda Francia para que no se repita.

—Piénsalo, Clement. No tengo a nadie más.

—¡Ni lo tendrá...!

—Ya veré qué hacer. Tómate un par de semanas.

—¡Gracias, Coronel! —dijo Clement, estrechando su mano.

Ella se retiró. Bouvier volteó a ver el mausoleo.

—No te olvidaré, Roel. Prometo que tu sacrificio no será en vano.

El Coronel sonrió tenuemente y luego caminó hacia su vehículo. De pronto, recibió una llamada desde su dispositivo. Se trataba de un corresponsal del Vaticano.

—¡Lucius! Vaya sorpresa.

—Hola, Bouvier. Lamento lo que sucedió en París.

—Sí, fue terrible. Pero ya terminó. Finalmente esta pesadilla llegó a su final. ¿A qué debo el honor de tu llamada?

—¿Recuerdas al sujeto que interrogaste en Roma?

—¡Por supuesto!

—Se suicidó ayer.

—¿Cómo pudo suceder eso?

—Lo hizo luego de confesar un asesinato en París. Mató a un chico llamado Didier Bernard en 1977. Estuve investigando un poco. Era hermano de Alexandre Bernard.

—El maldito demonio de El Escondido.

—¡Exacto!

—Entonces ese era el motivo de su ira. Estuvo tratando de vengarse de todo París, y el asesino de su hermano estaba en Roma.

—Eso era lo que necesitaba decirte. Tal vez podía ayudar en algo.

—En estos momentos no. Pero supongo que me tranquiliza. Ya está en el infierno con Bernard. No hay motivos para que regrese.

—Bien... Hasta luego, Bouvier.

—Ya nos vemos, Lucius.

Bouvier encendió su auto y aceleró. No dejaba de pensar en lo que le había comentado Lucius. Era algo realmente sorprendente. Pero el mundo es tan pequeño, que a veces los eventos suelen coincidir, sin importar las distancias. 

Escondido, un Juego de MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora