AU donde nuestros queridos magos viven juntos después de que Gellert renunciara a su causa.
Advertencias: ninguna.
Los días en Londres, al menos la gran mayoría de las veces, eran nublados, lluviosos y llenos de niebla. Lo cierto es que es un clima desagradable para muchos, pero no para Albus. La mañana de este día prometía ser como todos los de la semana, nublado, apenas entraba iluminación natural por las ventanas de su pequeño piso, incluso tuvo que encender algunas velas tras levantarse de la cama.
El mago de mediana edad arrastraba sus zapatillas de estar por casa por el pasillo hasta llegar a la cocina, la casa estaba en completo silencio, pero era normal para la vida silenciosa de un hombre que vivía solo.
Bueno, ya no vivía solo.
Antes de cruzar el umbral de la puerta que daba la cocina se paró en seco tras ver fugazmente por el rabillo del ojo una figura frente a la ventana del salón. El hombre de cabellos blancos estaba sentado en aquel sillón que se había agenciado desde que vivía allí, Albus encontraba demasiado pedantes las explicaciones que le había dado de por qué estaba situado en el mejor lugar del salón, el más cerca de la chimenea en invierno y el más cercano a la ventana por la que más corriente de aire había en verano.
Una pequeña sonrisa se instaló en sus labios, recordando por qué se había enamorado de él.
---Buenos días, veo que hoy has madrugado.
Dijo el hombre de cabellos pelirrojos aunque canosos mientras lo observaba dándole la espalda. Gellert miraba por la ventana casi sin parpadear, y fue entonces cuando sus ojos vieron una taza de café humeante en la mesilla, con una cucharilla moviéndolo. Aquello le hizo tener que hacer un esfuerzo para no soltar una pequeña risa.
---Veo que has aprendido a hacerte café, después de dos semanas ya está bien, ¿no?
---Eres terriblemente gracioso, Albus.
Murmuró el de cabellos blancos casi sonando molesto, pero Albus sabía que no era así para nada. Se acercó hasta él y se sentó en el sofá mirándolo por unos instantes, intentando comprender en qué estaba tan concentrado.
Los primeros días habían sido estresantes, Gellert se negaba en rotundo a hacer nada sin magia después de que el Ministerio le pusiera aquellos brazaletes similares a los que él mismo tuvo que portar, esos "cachos de hierro", como los había descrito un muy enojado Gellert, que le impedían hacer ningún tipo de magia.
Al final fue capaz de trucarlos para que pudiera hacer pequeños hechizos de levitación y poco más, pues temía que acabase colapsando en un ataque de rabia, y además, lo quería demasiado como para verlo tan molesto, a pesar de merecerlo.
---Hoy hace un día espantoso, todo el tiempo hace un día espantoso aquí. Recuerdame por qué no fuimos a Nurmengard.
Dumbledore salió de sus pensamientos abruptamente al oír su voz, dirigió su atención completa hacia el contrario, quien se frotaba la sien.
---Ahora te quejas de que hace un mal día, pero el otro día te quejabas de que hacía sol. Honestamente, creo que sólo buscas un motivo para quejarte, querido. Te estás convirtiendo en un viejo gruñón, me temo.
Al decir aquello vio como Gellert fruncía el ceño y se preparaba para gruñir algo más cuando Albus lo interrumpió.
---Respondiendo a por qué no fuimos a Nurmengard, te dije que no puedo dejar mi trabajo en Hogwarts, y además, sé que te gusta estar aquí, por mucho que refunfuñes amargamente.