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Una barca se detuvo en la orilla, un hombre de sombrero-una especie de vaquero de rostro andrógino-la conducía. Di una mirada atrás, el Restaurante estaba lleno de personas, demasiadas, pensé yo, pero el lugar era como un Aleph, todo estaba en su lugar, nadie chocaba con nadie. Volví la vista al frente y el Barón ya estaba dentro de la barca, sentado en la parte de atrás, me extendió la mano, la tomé y me ayudó a subir, me senté un poco más abajo, en medio de sus largas y delgadas piernas-¿y el ejercito? -pregunté, sonrió y señaló hacía el centro de la barca, vi una urna de cristal del tamaño de una caja de zapatos,  dentro estaban todos los soldados. El Barquero en la otra punta empezó a mover sus manos como si remara, pero no había nada en ellas,  la barca se movió, primero con lentitud, pero poco a poco fue tomando fuerza hasta que avanzó a la velocidad de una gran máquina-aquí es peligroso, hay piratas-dijo el Barquero-¿piratas acá, que loco-dije, el Barquero no dijo nada hasta varios minutos después, cuando hubo menos frío, menos niebla, menos oscuridad, menos fuegos fatuos-parece que ustedes me trajeron suerte, es la primera vez que no tengo que pelear con piratas-dijo, luego volvió a conducir lento, de nuevo al silencio. Aparecieron peces voladores y delfines saltarines, un cielo despejado y un arcoíris. El Barón empezó a cantar dónde estás, aquella canción de Yuri Buenaventura, no supe si fue porque muy en el fondo seguía creyendo en la bondad de Dios, o si porque pensaba en sus víctimas-aquí se acaba la belleza para ustedes-dijo el barquero cuando el Barón terminó de cantar. Frente a nosotros estaba una montaña rocosa casi cubierta por musgo, la barca se detuvo a la orilla y vimos la boca de una cueva-si cruzamos la cueva volveremos a la belleza-dijo el Barón entregándome la urna, yo ya estaba en tierra-déjala en el suelo-me dijo, lo hice y los soldados fueron creciendo y saliendo-tu pago-dijo el Barquero-no pensé que nos fueras a cobrar, después de todo te trajimos suerte-dijo el Barón, el Banquero sonrió con la mano extendida, así que el Barón resoplando se quitó un reloj de oro y diamantes que había encontrado en un accidente automovilístico y se lo entregó, el Barquero se lo puso y el Barón bajó, sólo entonces pude ver su tesoro, todo el viaje estuvimos rodeados de él y ni siquiera lo sentimos-cómo puede ser que no nos diéramos cuenta-dije-los piratas tampoco lo ven, ni lo sienten, pero aprendieron a olerlo, saben cuándo lo llevan y cuando salen del río se materializa, además, ya fuera del río el Barquero no pude recuperarlo-dijo el Barón-por qué-pregunté-no lo sé, pero él no puede tocar tierra, vive siempre en su barca, admirando sus tesoros cuando tiene algo de tiempo libre-dijo-pero los piratas para qué quieren oro-dije-es el vicio que les quedó de cuando estaban en tu mundo, pero no todos los piratas se han quedado a seguir robando, muchos han reencarnado-dijo-y qué hacen con el oro-dije-lo mismo que el Barquero-dijo.




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Hay tantas estrellas, pero ninguna se parece a ti; hay tantos peces en el mar, pero ninguno se parece a ti; hay quimeras hermosas, pero ninguna se parece a ti; hay libros maravillosos, pero ninguno se parece a ti; hay árboles grandiosos, pero ninguno se parece a ti; hay tantos solos, pero ninguno como yo sin ti.  

La teoría del amigo imaginarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora