𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈𝐈

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Con las piernas temblando todavía, te levantaste del suelo con toda la calma del mundo.  Miraste dónde se suponía tenía que estar el cuerpo del padre, pero en cambio, solo estaban sus ropas, un crucifijo y un rosario.

Sin previo aviso, escuchaste pasos detrás de ti. Eran muchos. Te asustaste ya que parecía que se dirigían hacia la catedral. El sonido de la puerta abriéndose fue el detonante que te hizo girar hacia atrás solo para encontrarte con las Madres superioras y las hermanas con pijama. 

Te vieron horrorizadas.

— ¿(Nombre)? — murmuró la hermana Eirene algo conmocionada.

— Hermana...Madres superioras, puedo explicarlo — respondiste. Ellas guiaron su vista a dónde estaban las ropas del padre. Algunas de ellas ahogaron un grito.

— ¿Tú...? ¿Qué hiciste? — reclamó con desdén la Madre superiora, Catalina.

— Él...él intentó abusar de mí — respondiste, — Y bueno...algo pasó...eh...yo...

— ¿Qué? — exclamó la hermana Eirene horrorizada.

La Madre superiora, Catalina se acercó a ti y te abofeteó con fuerza. La hermana Eirene soltó un ruido de sorpresa. Tú acariciaste tu mejilla hichada por el golpe.

— ¡No digas mentiras! El padre es un hombre enviado desde el Vaticano ¡Es un hombre honesto y sagrado! ¡De seguro tú fuiste la que lo tentó a pecar! ¡Maldita puta! — escupió con odio.

— ¡Madre Catalina! — exclamó la hermana Eirene.

— ¡Por qué eso es lo que eres una víbora! ¡Primero con el hijo de uno de los cazadores y ahora con el padre! ¿Qué más quieres, bruja puta ramera? — gritó con más odio.

No sabías que decir.

— ¡Es tu culpa que haya querido tomarte! ¡Tú lo provocaste!

— ¡Madre, pero (Nombre) siempre ha sido una niña ejemplar! ¡Ella no había salido de su habitación en todo el día! — te defendió la hermana Eirene. 

— ¿Entonces qué hace aquí? ¡Vino aquí a pecar en frente de Dios y en su propia casa!

— Yo...yo vine aquí porque tenía un problema y pensé que el padre podría ayudarme. Eso es todo — respondiste en un sollozo. Estabas llorando, ni siquiera sabías a que venía esas acusaciones si siempre habías tratado de ser como ellas querían que fueras. Sin embargo, recordaste algo crucial en aquel momento tan tenso, — ¿Usted, Madre Catalina no vino hace unos días aquí con el padre Jeremías?

Eso hizo que la Madre se callará casi de inmediato. Las hermanas y las dos Madres superiores empezaron a hablar entre susurros. 

— ¿De qué hablas, niña ramera? — preguntó.

— Yo escuché que el padre y otra persona entraban en la catedral — dijiste, limpiando tus lágrimas, — Solo Dios sabe que hicieron dentro de sus recintos.

Otra bofetada, solo que esta fue en la otra mejilla. Miraste con desdén a la Madre, quien solo te dio una mirada llena de odio.

— Tú traíste aquí al padre para seducirlo ¡Es tu culpa que te haya querido violar! — dijo la Madre Catalina.

— ¡Madre ya basta! — exclamó la hermana Eirene corriendo a abrazarte. Ella se colocó frente a ti, en modo de protección. La Madre Catalina solamente pudo refunfuñar de la rabia mientras te miraba.

— A partir de mañana, te quedarás en tu habitación hasta que comprobemos que eres virgen todavía y no hayas roto tus votos. Por lo mientras, mandaré una carta al Vaticano explicando la desapareción del padre Jeremías — anunció la madre superiora, — No quiero ni una palabra de esto mañana.

Rᴇᴢᴀ ᴛᴏᴅᴏ ʟᴏ ϙᴜᴇ ϙᴜɪᴇʀᴀs; Tᴏᴅᴏʀᴏᴋɪ SʜᴏᴛᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora