𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈𝐈𝐈

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Cuando tu conciencia volvió y abriste los ojos, ya estabas en tu habitación. Estabas sobre tu cama, con ropa cómoda y una manta cubriéndote el cuerpo. En una silla estaba la hermana Eirene, rezando, con un rosario entre sus manos.

Era de noche. Podías ver la luz de la luna traspasar por tu ventana. 

No sabías que había pasado. ¿Te habías desmayado? Al parecer sí, pero ¿porque? 

La hermana Eirene se removió y vio que ya estabas despierta.

— ¿Qué paso? — murmuraste.

— Te desmayaste. Me asusté mucho porque fue muy espontáneo — respondió con cierta preocupación.

Oh ya recordaste. Estabas leyendo el libro en la biblioteca. 

— Bueno, ya me siento mejor. Creo — le dijiste. Te sentaste en la cama, la hermana Eirene siguió mirándote preocupada. 

— Yo creo que deberías quedarte aquí. Te traeré tu comida — anunció, sin embargo, la puerta de la habitación se abrió y entró una de las Madres superioras, Anna. Traía una bandeja con comida. La incomidad se apoderó de tu habitación al cruzar miradas. La hermana Eirene volvió a sentarse en el mismo lugar mientras que la Madre superiora se acercaba a ti y te dejaba sobre tu regazo la bandeja.

— Espero te sientas mejor, (Nombre) — dijo con una sonrisa fingida.

Miraste la bandeja. Había un jugo de naranja, sopa de tomate y un sándwich. Tenías la sensación de que te había traído lo peor que pudo encontrar en la cocina. Para acabarla de joder, por alguna razón el olor de la sopa te provocaba arcadas.

— Come — ordenó la Madre Anna.

Tomaste la cuchara y lo acercaste a tu boca, pero el asco fue más grande. Sentiste que lo que digeriste a la hora de la comida regresaba en forma de vomito por tu garganta. Hiciste a un lado la bandeja, te levantaste de la cama, corriste a tu baño a vomitar en el retrete. La hermana Eirene te alcanzó en el baño y  te recogió tu cabello.

— ¿Qué le pasa? — preguntó la Madre superiora.

Ni tú sabías que te estaba pasando. Usualmente no te da asco la comida, pero te sentías mareada y ni loca le dabas un sorbo a esa sopa. 

— Por favor, Madre. Dejé a (Nombre) descansar — pidió con amabilidad la hermana Eirene.

La Madre superiora rodó los ojos antes de hacer caso a la petición. Ella se fue de tu habitación, dejándolas a ustedes dos solas. La hermana Eirene te ayudó para que llegaras a la cama. Te acostó, te acomodó tu almohada, dejó un vaso de agua cerca por si te daba sed y dejó que descansaras. Estabas cansada. Te quedaste dormida fácilmente.

(...)

Después de un par de días en cama, regresaste nuevamente a tus actividades habituales, aunque con la observación constante de la hermana Eirene sobre ti, ya que era la más preocupada por tu situación. Cuidaste a los niños durante un cierto tiempo hasta que fuiste al almacén. 

Habían pedido que fueran todos porque iban a repartir algunas cosas.

Lo primero en repartir fueron dulces para los niños, posteriormente repartieron toallas íntimas y le dieron un paquete a cada mujer. Las toallas eran guardadas en unas especies de casilleros que estaban en el almacén y este mismo estaba cerca de las habitaciones. Así que una vez que te dieron tus toallas, fuiste a guardarlas, acompañada de las demás hermanas. 

Tu casillero estaba en la parte de arriba así que solo lo abriste, pero cuando hiciste esto, se cayeron algunas toallas que tenías ahí. Suspiraste antes de agacharte a recogerlas.

— Oye (Nombre) — te llamó una hermana que era menor que tú, — Dame toallas. Tienes un montón.

— Claro, toma — le dijiste y le extendiste un par de toallas. La chica te miró maravillada.

— Muchas gracias — sonrió. Ella guardó las toallas en su casillero.

— De nada

— Recoge eso, (Nombre) — te ordenó la Madre Catalina, quien apareció de la nada. Ante su voz autoritaria, hiciste caso y terminaste de recoger las toallas que se te cayeron, — ¿No usas las toallas o porque tienes tantas?

La Madre Catalina frunció la ceja al ver el interior de tu casillero. Miraste tú tambien el interior y viste que, si había un número grande de toallas, más que las demás. Luego recordaste por que había pasado esta anormalidad.

¿Hace cuánto que no tenías tu periodo?

— Ah...— tragaste saliva, algo nerviosa, — Es que yo no he tenido mi periodo.

La mirada de la Madre superiora se posó sobre ti automáticamente, tratando de averiguar si le estabas mintiendo o solo eras una loca acumuladora compulsiva. Te sentiste nerviosa y no pudiste sostenerle la mirada muchos tiempo.

— ¿Desde cuándo?

— Como...tres meses — respondiste algo dudosa, — Pero estoy segura que ya lo voy a tener este mes.

— Claro — dijo con una sonrisa fingida. Tal vez no fue buena idea decirle aquella respuesta. Empezarían los rumores, estabas segura. Luego de terminar de guardar tus toallas, fuiste a ayudar en la cocina. Simplemente lavaste los platos después de la comida.

Después tu día fue igual que cualquier otro, lleno de maravillosas responsabilidades y aburrimiento sin fin. La única hora que esperabas con ansias era la hora de dormir, al menos en ese momento del día podías soñar que eras libre de toda acusación en tu contra y podías hacer lo que quisieras sin que Dios se molestara. La puerta de tu alcoba se abrió y las Madres superioras entraron a tu habitación. Estas se pusieron en fila, cosa que te asustó. 

La Madre Catalina se acercó lentamente hacia ti. Te sonrió falsamente antes de que su mano impactará contra tu mejilla sin previo aviso y sin ninguna razón.

— ¡¿Cómo te atreves?! — exclamó con odio, — ¡Eres una sucia ramera asquerosa!

— ¡Madre, por favor! — intervino la hermana Eirene, que salió del baño al escuchar la llegada de las superioras.

No sabías que estaba pasando, otra vez. No habías echó nada mal ¿Porque razón venían ahora?

— ¡¿Quién es el padre?! — exclamó otra Madre superiora, Andrea.

— ¿De qué hablan? — preguntaste asustada. 

— ¡Madre, usted misma vio que ella aún conserva su himen! ¡(Nombre) es virgen aún! — exclamó la hermana Eirene, — ¡Es un milagro si es que llega a ver la posibilidad que está embarazada!

— ¡No es un milagro, es una violación a sus votos como monja! — exclamó la Madre superiora Anna, — ¡Ese niño es un bastardo!

— ¡Yo...! — dijiste cansada de acusasiones, — ¡Yo no estoy embarazada! ¿Con qué pruebas dicen eso?

— Hay muchas pruebas que lo indican que si lo estas — añadió la Madre Catalina.

— No, no lo estoy.

— No permitiré que la reputación de este monasterio corra peligro por una ramera como tú, que solo sabe abrirle las piernas a Lucifer — exclamó la  Catalina, — ¡Mañana en la mañana, saldrás de aquí y no volverás nunca! ¡Quedas exiliada de este monasterio!

— ¡Madre! — exclamó la hermana Eirene, casi entre un llanto y una súplica.

— ¡No vamos a criar al hijo de un pecado en este lugar sagrado! — exclamó la Madre Catalina.

Rᴇᴢᴀ ᴛᴏᴅᴏ ʟᴏ ϙᴜᴇ ϙᴜɪᴇʀᴀs; Tᴏᴅᴏʀᴏᴋɪ SʜᴏᴛᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora