𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈

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— ¿Qué? — preguntaste algo aturdida. Tu corazón latió con mucho miedo ante la acusación. 

— Él me lo dijo. Ayer — habló con la voz temblorosa, — Hija mía ¿qué hiciste?

Tus manos comenzaron a sudar. Tenías muchas ganas de desaparecer de aquella situación. Tu voz no salía de tu boca por más que te esforzabas por responder. Estabas tan nerviosa.

— Yo...no hice nada — respondiste, por fin.

— Hija mía...

Bajaste la mirada posteriormente la cabeza. Sentías la culpa calcomerte y más con lo que hiciste en la catedral con el chico bicolor. Tal vez el padre si los había visto.

— Cordera de Dios libra tus pecados — murmuró, — Si tu corazón desea, puedo ayudarte con ese ser.

Levantaste el rostro. Estabas esperanzada. 

— ¿Cómo, padre?

— Ve al confesionario a las 12 de la noche. Te esperaré ahí — añadió antes de murmurar algo e irse de tu habitación.

Volviste a acostarte, pero no te dormiste. En cambio, esperaste la comida que no tardaba en llegar. Los niños llegaron con una bandeja de comida: pescado frito, arroz y ensalada. Comiste, algo intranquila ya que no sabías si las Madres superioras se enterarían de tu encuentro con el padre o si el padre les diría algo.

— ¿Te sigues sintiendo mal? — preguntó la hermana Eirene mientras recogía tu plato.

— Sí. Creo que más que ayer — respondiste.

— Podría ser una enfermedad — comentó, — Le diré a las Madres superioras la situación para que me dejen acompañarte al médico.

Te sonrió con amabilidad y luego te acarició la cabeza. Eso te dio un poco de tranquilidad.

— Está bien.

— Bueno por hoy, descansa.

Asentiste. La hermana Eirene volvió a acariciarte la cabeza antes de irse junto con los niños. Posteriormente leíste un libro para hacer tiempo. Esperabas que el padre te ayudara genuinamente ¿Si no porque lo había mandado el Vaticano? O al menos eso querías pensar. 

La última vela del pasillo se apagó, rápidamente saliste de la cama. Abriste la puerta de tu habitación para asegurarte de que ya no había nadie afuera. En efecto, el pasillo estaba désertico, a oscuras y se veía algo terrorífico. 

Caminaste por el oscuro pasillo hacia la catedral, bajando hasta la primera planta, cruzando el pasillo del monasterio a la catedral. Tenías algo de frío, pero eso no te impidió nada. Llegaste a la catedral, que estaba exactamente como la última vez que la visitaste. Del lado derecho, en una esquina, estaba el confesionario y te dirigiste hacia ahí.

— Que bueno que llegaste — dijo alguien en el interior del confesionario. Era la voz del padre. Te sentías algo nerviosa ya que la atmosfera no se sentía muy bien del todo. De todas maneras, entraste a la otra parte, en donde las personas confiesan sus pecados. Te sentaste y acomodaste tu falda una vez hiciste eso. 

— Dime hija mía ¿qué pecado has cometido? — preguntó con voz tranquila. Tomaste aire.

— Yo...he violado mis votos como devota a Dios — dijiste con cierta vergüenza. 

— ¿Porque?

— He caído ante las tentaciones del Diablo y sus secuaces — añadiste.

— Bien, hija mía. Para eso estoy aquí.

Rᴇᴢᴀ ᴛᴏᴅᴏ ʟᴏ ϙᴜᴇ ϙᴜɪᴇʀᴀs; Tᴏᴅᴏʀᴏᴋɪ SʜᴏᴛᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora