Capítulo 9

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Los dos caballeros Winterton eran una pareja bastante llamativa. El más joven tenía el pelo color zanahoria y repeinado hasta mostrar una apariencia perfecta. Su traje de viaje, azul oscuro y bien cortado, no mostraba ni una sola mota blanca que lo estropeara.

Y uno podía comprender la razón al ver salir al viejo caballero, el duque de Winterton, del carruaje. Tan delgado como su hijo, el duque se esforzaba por perseguir a su hijo. Todo el mundo sabía que Su Excelencia mantenía un férreo control sobre las vidas de sus hijos, independientemente de que éstos fueran ya adultos.

Se inclinó ante la bienvenida que le expresó lady Barrington y paseó la mirada por el resto de los huéspedes allí reunidos. Portia pudo ver que, al recaer su mirada sobre ella, su bien dibujada ceja blanca tembló ligeramente antes de seguir.

Portia suspiró por el alivio. Con suerte eso significaría que el duque también había oído los rumores sobre ella y le parecería que estaba ya demasiado contaminada para demostrar perfección en la totalidad de su elegante atuendo. Su pelo blanco y brillante le daba un aire de austeridad. Caminó hacia delante balanceando un bastón con empuñadura de plata que, obviamente, no necesitaba usar.

Lady Barrington no había hecho ninguna distinción entre Portia y las otras chicas y le presentó a ambos caballeros como si no llevara el escándalo unido a su nombre.

El duque no se entretuvo sobre su mano ni un minuto más de lo que la educación exigía. Portia sintió que Knightson se ponía tenso junto a ella y reprimió la sonrisa que le venía a los labios, inexplicablemente encantada de que él se mostrara posesivo. El más joven de los Winterton imitó a su padre. Saludó a Knightson con un sonrisita. No se había mostrado tan desinteresado después de todo. Portia contuvo un suspiro de decepción y se fue hacia la mesa del almuerzo con los demás.

Knightson consiguió evitarla durante el resto del día. No tuvo dificultades porque lord Barrington se llevó a los hombres a ver la propiedad.

Portia subió las escaleras. Había sido fácil escapar del círculo de mujeres antes de tiempo. Todas ellas la ignoraban, a excepción de la señorita Chalcroft, que le lanzaba muchas miradas de complicidad, pero que tuvo que permanecer al lado de su madre. Sí, incluso la madre de Portia rehuía su mirada.

Notó que alguien subía las escaleras detrás de ella, pero no se detuvo; no quería hablar con nadie. Los pasos de pies calzados con botas le avisaron de que era un hombre quien se aproximaba.

Un brazo rodeó abruptamente su cintura y tiró de ella para acercarla al cuerpo masculino.

—¿Por qué tienes tanta prisa? —La voz de Knightson ronroneó en su oído.

—Voy a cambiarme para la cena. —Portia no intentó luchar contra él, aunque le hubiera gustado—. Si alguien nos ve...

—Dejemos que miren. —Knightson bajó la cabeza y mordió con suavidad la piel de su cuello—. A ti te gusta el peligro, ¿no es así?

—¿Ah, sí? —preguntó ella, oponiendo algo de resistencia simbólica.

—Eso he oído. Que a ti te gusta un poco más que a las demás chicas.

Portia se puso rígida rodeada por sus brazos.

—Tonterías, puras tonterías. Ahora suéltame antes de que venga alguien.

—¿No quieres que te folle igual que lo hicieron tus anteriores amantes? ¿Dónde lo hicisteis? ¿En una habitación de hotel? —La empujaba con cada pregunta, su verga atrapada y ya prominente frotándose contra su trasero—. ¿Dónde? ¿En sus habitaciones? ¿Te los follaste en público? ¿En los jardines de Vauxhall? ¿En el Támesis? ¿Dónde? Dímelo.

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