Capítulo 4

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 ¿Qué debía hacer? Portia sabía con toda seguridad que permitir que el honorable Mark Knightson le enseñara a llevar a cabo esa actividad íntima la hacía vulnerable a sufrir otro escándalo. Y además la convertía en susceptible de ser utilizada.

No lo conocía. ¿Podía entonces confiar en él?

Aunque, si no accedía a que la enseñara, ¿qué es lo que se estaría perdiendo? Él había dicho que se podían alcanzar cotas mayores de excitación.

¿Y cómo sabía él que no las había alcanzado ya? ¿Y si le había mentido? Siempre había pensado que había algo que quedaba más allá de su alcance, pero, una vez tras otra, nunca había llegado a tocarlo. Esa ansia formaba parte de la experiencia y era lo que la hacía volver sobre ella y repetirla una y otra vez.

Su mente le dio millones de vueltas sin que le molestara en absoluto el enfurruñamiento de la señorita Sophia, a su izquierda, ni el de la señora Chalcroft, a su derecha. Por una vez podía verle las ventajas a ser desairada.

Portia miró hacia el lugar de la mesa donde estaba sentado Knightson. Debía tener cuidado. Su madre le había advertido que debía mostrar su mejor comportamiento y que otro escándalo acabaría con su posición en la sociedad para siempre.

Los planes de futuro de Portia no incluían el exilio absoluto.

Tras el postre, las damas volvieron al salón donde habían estado todos antes para tomar el té. Portia se situó en la periferia del grupo femenino, no porque ella quisiera, sino porque su madre había guardado un sitio para ella a su lado y Portia no tenía intención de verse atrapada allí toda la noche.

Aceptó una taza de té de manos de la criada y sorbió poco a poco la bebida caliente. ¿Cuándo entrarían los caballeros? Ardía en deseos de hacerle preguntas al señor Knightson, de descubrir cualquier tipo de traición que se escondiera tras su oferta antes de atreverse a aceptarla.

Ignoró la conversación, principalmente centrada en mitigar las quejas de Sophia.

Sophia es muy inmadura para su edad.

Portia casi derramó el resto de su té sobre su vestido azul pálido. Miró hacia el lugar de donde había venido la voz.

La señorita Lucy Chalcroft estaba sentada junto a ella, también con una taza de té en las manos.

Discúlpeme. No quería sobresaltarla —dijo Lucy con voz ronca.

No, no se preocupe. Me temo que estaba soñando despierta.

Los ojos azules de Lucy brillaron, dándole vida a su anterior semblante lúgubre. Por supuesto, el vestido de un gris apagado y su pelo rubio recogido en un moño tirante no daban ninguna muestra del aire travieso que guardaba en su interior.

¿Con el hombre con el que se va a casar?

Portia la miró fijamente y emitió un resoplido muy poco propio de una dama.

Nada de eso.

La cara de Lucy se arrugó para formar una sonrisa.

¿Entonces por qué está aquí?

Mi madre. —Portia señaló con la cabeza en dirección al lugar donde se encontraba su progenitora.

Ya... Al menos usted aún tiene la posibilidad de soñar con un futuro marido.

Portia entornó los ojos.

¿Y usted no?

Mi madre dice que se me ha pasado la edad —dijo Lucy en voz baja. Su cabeza se inclinó y se acercó a la de Portia con aire conspirativo—. Es Sophia la que debe tener prioridad en cuanto a los hombres. Yo tengo que servir de florero, según mi madre, y hacerle compañía. —Lucy dirigió una mirada rápida a la mujer mayor que cotilleaba sobre el futuro de Sophia—. Aunque lo cierto es que ella no me necesita.

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