𝑽𝑶𝑳𝑲𝑨𝑪𝑰𝑶

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« 𝗦𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗮𝗹𝗴𝗼 𝗽𝗲𝗰𝘂𝗹𝗶𝗮𝗿 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝘁𝗲 𝘃𝗲𝗼, ¿𝗮𝗰𝗮𝘀𝗼 𝗻𝗼𝘀 𝗰𝗼𝗻𝗼𝗰𝗲𝗺𝗼𝘀? 𝗜𝗺𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲, 𝘂𝗻 𝗰𝘂𝗲𝗿𝗽𝗼 𝗮𝘀𝗶 𝗲𝘀 𝗶𝗻𝗼𝗹𝘃𝗶𝗱𝗮𝗯𝗹𝗲.»

Nuevamente, aquel hombre de alta estatura entraba a la biblioteca. No lo conocía, no sabía su nombre, ni su apellido, mucho menos el color de su alma, pero sentía que esta debía ser morada.

Un morado tan atrayente que hizo que cayese en sus redes con tan solo un par de miradas. Con tan solo unas palabras para sacar un libro. Con tan unos insultos en lo que creía que sería ruso.
Su corazón palpitaba con fuerza y siquiera lo entendía. Aquel extraño hombre de tez pálida le parecía tan famíliar.

Sentía que ya lo conocía. Sentía una calidez digna de un amor. Pero, ¿de dónde lo conocía?
Él era simplemente un estudiante en la Universidad, mientras que el de hebras grises tenía toda la pinta de ser alguna clase de profesor o estudiante de último año.

El hilo de sus pensamientos de vio cortado cuando el grito de Gustabo de oyó en la biblioteca.

-¡Eh, cerdo!- gritó. Las miradas con mala cara y pidiendo silencio no se hicieron esperar, haciendo que el rubio soltase una risa silenciosa desde la puerta de la biblioteca, mientras a paso tranquilo se acercaba a Horacio.

El de cresta no podía evitar sentirse avergonzado. Sentía algunas miradas en él en cuánto Gustabo estuvo a su lado, dejando su mochila en la mesa frente suyo.

- Buenas, Horasios. ¿Qué tal todo?- habló, con una tranquilidad palpable, sin importarle que unas cinco o hasta diez personas lo estén mirando atentamente con una cara asesina.

- Hola, Gus. Todo bien, pero, ¿era necesario gritarme desde la puerta, perro?- una sonrisa ladina se mostró en el de cresta, viendo de reojo y notando que una de las personas que lo miraban, era el chico alto y pálido, ubicado a unas tres o cuatro mesas de distancia.

Sus nervios se fueron hasta el cielo, viendo como la mirada fija del alto hombre era dirigina solamente a él. Más no parecía molesto, su rostro mostraba neutralidad pura. Algo que confundió un poco a Horacio, quien no era capaz de prestarle un gramo de atención a su hermano, el cual no dejaba de contarle algo bastante emocionado sobre un tal Greco.

Sus ojos, uno celeste y uno verde, no fueron capaces de despegarse del aquel tipo tan atractivo, quien ahora le sonreía de forma ladina. Y, decidido a no parecer que aquello le intimidaba, sonrió de igual manera, guiñándole un ojo, con coquetería.

La reacción contraria le hizo querer soltar una carcajada, cuanto menos. Y es que ver al otro sonrojarse hasta las orejas, mientras tosia por el nerviosismo y miraba hacia otro lado, era algo cómico, cuánto menos.

Su mano derecha fue a tapar su boca, dejando que su leve risa no se note tanto.
Mientras, el pálido veía avergonzado como aquel chico tan atractivo de cresta se reía.

Pero él no tenía la culpa. Lo que pasaba es que no se esperaba que el moreno le contestara a su coqueteo, y más aún guiñándole un ojo. Sentía, aunque fuese demasiado cliché, mariposas en su estómago.

Ese hombre tan particular se le hacía demasiado conocido. Le traía una melancolía que incluso dolía. Dolía como un cuchillo en el corazón.
Y, ¿cómo explicar el nudo que se formaba sin permiso, de forma leve en su garganta? No lo entendía. No comprendía el que aquel hombre le llevase a la atención de conocerlo desde muchísimo antes.

Cuando sus ojos volvieron a la figura morena del chico, el rubio que lo acompañaba ya no estaba con él. Volvía a estar completamente solo.
Suspiró. Necesitaba sacar de su pecho todas aquellas sensaciones que lo asfixiaban.

𝙾𝚗𝚎-𝚜𝚑𝚘𝚝𝚜 𝚅𝚘𝚕𝚔𝚊𝚌𝚒𝚘 [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora