𝑽𝑶𝑳𝑲𝑨𝑪𝑰𝑶

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Otra vez. De nuevo, estaba allí, al lado de una camilla de sábanas blancas. Sus ojos, consumidos por el dolor, no mostraban rastro del brillo especial que poseían desde hacia un tiempo, cuando él volvió y la convivencia juntos comenzó.

Sus manos temblaban y las lágrimas que creyó secas volvían a caer sin darle tiempo a respirar. Su pecho se contraía de dolor y soltó un jadeo cuando una punzada llegó a su corazón.

La historia se repetía de nuevo. ¿Por qué? ¿acaso estaba destinado a aquel círculo vicioso donde no tenía oportunidad de ser felíz? Su labio inferior tembló con fuerza, mordiéndolo luego por la necesidad de no dejar salír algún ruido que demostrara su estado. Y aún cuando hizo un millón y un de intentos, los hipidos fueron inevitables.

Llevó las manos a su cabeza, en un vago intento de hacer que el dolor allí cesara al menos cinco minutos. Odiaba estar en esa situación de nuevo. Odiaba tener que ver nuevamente el cuerpo de su amor postrado en una camilla, con leves señales de vida.

Sabía quiénes eran los culpables. Sabían que los de arriba le habían hecho eso para mentenerlo controlado. Debió tomar precauciones. Debió actuar de forma más madura. ¡Tenía treinta y seis putos años! ¡no era un crío! ¡¿cómo no pensó siquiera que los altos mandos se darían cuenta que Viktor había vuelto a la ciudad?! Fue demasiado ingenuo, y aquella ingenuidad le paso facturas. Caras facturas.

Se levantó de la silla al lado de la camilla, saliendo con pasos rápidos de la habitación de paredes blancas, dejando como algo secundario aquel sonido incesante de la máquina que controlaba los latidos del corazón de Volkov.

Sus ojos ardían y sentía su garganta ser víctima del gran nudo en ella, que pese a que tragaba y tragaba, no se iba.
Cruzó la puerta principal del hospital, sintiendo la fría brisa invernal darle en su rostro húmedo por las viejas lágrimas, haciendo su piel erizarse.

Dio unos cuantos pasos, llegando hasta su deportivo naranja, donde se apoyó más específicamente en el capó, sacando una caja de cigarrillos del bolsillo derecho de su pantalón.
Tomó un cigarro poniéndolo entre sus labios, mientras sentía nuevas lágrimas formarse en sus orbes bicolores. Los amargos recuerdos golpeaban su mente sin consideración, haciendo que imágenes pasadas aparecieran sin llamarlas.

La imagen de Viktor tirado en el suelo de aquella montaña, con un tiro en la pierna dado por él y otros dos tiros en el pecho dados por Pogo. Las palabras del payaso retumbarón en su cabeza. "Una vida por una vida". Vio a Conway correr hacia él entre gritos furiosos exigiendo saber qué había pasado. Se vio a sí mismo relatándole todo mientras sus manos inútilmente apretaban las heridas del ruso, quien se hallaba inconciente sobre sus piernas.

La sangre manchando su ropa, su rostro y parte de los asientos del auto. El carmín bañaba sus manos y sentía la impotencia de ser tan ignorante como para creer que podría tener una conversación civilizada con Pogo.

Cerró los ojos con fuerza, intentando que aquellos recuerdos no lo atormentaran como hacia años pasaba. Encendió el cigarro, dando una profunda colada. El humo gris llenando sus pulmones hizo que sus músculos se destensaran levemente.

El cielo apareció en su campo de visión cuando miró hacia arriba, notando las millones de estrellas que con orgullo se mostraban aquella fría noche. Por un momento pensó, "¿Qué se sentirá ser una estrella? Ellas solo están ahí, brillando, sin preocupaciones". Entonces recordó aquellos años en que él fue igual a una estrella. Brillante y sin preocuparse de nada. Tan solo siendo él en su mayor esplendor. Siendo seductor, atrevido, gracioso. Siendo despreocupado, aventurero, pero medianamente prudente.

Quizá ser "prudente" fue lo que hizo que la mayoría de personas se alejaran de él. O quizá simplemente se alejaban aquellos que se sentían envidiosos de su luz. De su calidez y de la confianza que desprendía. Lágrimas ácidas cayeron de sus ojos al rememorar aquellos años. Aquellos en los que pese a que estaba bajo las redes de manipulación de su hermano, era felíz. Una felicidad pura gracias a la venda que cubría sus ojos, producto de su primogénito no de sangre, pero sí de corazón.

𝙾𝚗𝚎-𝚜𝚑𝚘𝚝𝚜 𝚅𝚘𝚕𝚔𝚊𝚌𝚒𝚘 [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora