One-Shots || GATO

😡 Stupid Ventrexian Boy! 😡

🌈 Clasificación: +18.

🌈 Cronología:

•Cato: quince años.

•Gary: diecinueve años.

🌈 Temática: Gato/Lil'CatoGary.

🌈 AU: no sabría cómo llamarle, pero lo cierto es que Gary hace de Fox. En este universo alternativo, la guerra de millones de años fue entre los Ventrexianos y los humanos. Supongo que de allí viene el odio entre estos dos.

✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨

Avocato le había dicho una vez que de las peores plagas que podían existir era precisamente el ser humano la más repugnante de todas. Esa especie se creía invencible, recordó haberle escuchado decir. Atemorizando, asesinando, conquistando, y destruyendo todo a su paso. Si vez uno entrando por esa puerta, ni siquiera lo pienses dos veces: dispara, sin piedad, porque él no la tendría contigo.

¿La primera vez que vió a Gary? Su papá estuvo a punto de partirle el cuello. No lo hizo gracias a Quinn, la hermosa morena que de alguna forma lograba que el felino hiciera lo que ella quisiese. ¿Cuando descubrió que dormían en una misma habitación? ¡Le dió un arma y le recordó las hundred plus one things que los humanos le habían hecho a Ventrexia. Le explicó a detalle cómo despellejaban con sus grandes garras y artefactos metálicos y plantaban bombas en lugares llenos de inocentes sin importarles mucho si sobrevivían o no. Esto sólo reforzó su odio, aunque no dejaba de preguntarse ¿y dónde entraba Gary en todo aquello...?

Lo odiaba, pero como no existía ninguna buena justificación para ello, de verdad lo quería cerca. Demasiado, tanto que le dolía. Anhelaba con sentir sus labios recorriendo cada centímetro de su piel, sus manos acariciándolo por encima y por debajo de la ropa, causándole escalofríos y sensaciones que nadie más había logrado en él. Necesitaba escuchar su hermosa risa y sus jadeos en su oído, sentirse bien entre sus brazos, mientras susurraba su nombre y él el suyo, como un mantra personalizado. Quería que lo tocara, y que no dejase de hacerlo hasta que los dos terminasen exhaustos uno sobre el otro.

Pero era una tortura poder verlo y no sentirlo por la desgraciada línea que los dividía. Por unos conos de tránsito invisibles que se posicionaban cerca de dos vallas gigantescas adornadas con una cinta amarilla que rezaba no pase cuando en realidad quería besarlo como loco y dejarle que hiciera con él lo que le diera la gana. Y, por supuesto, por su papá, el temerario Ventrexiano azul que había asesinado a unos cuantos humanos en sus días y aún sentía asco por ellos.

Era como estar dentro de una estúpida tragedia Shakespeareana, su propio mundo, igual que Romeo y Julieta -él como ella, por supuesto-. Pero también era regresar años en el pasado, sorprendiéndose a sí mismo desarmado en medio de un campo de batalla contra un ejército de rubios de ojos azules, todos con armas y cuchillos, enfrentándose hasta la muerte, sin saber si quiera por qué se peleaban.

Se encontraba recostado en su litera, piernas cruzadas, más no juntas. Había encontrado un libro por alguna parte, pero en lo personal ya ni siquiera lo leía: su pata descendió por sí sola hacia su entrepierna varios minutos antes, metiéndose por debajo de la tela de la falda-pantalón para comenzar unos lentos movimientos en su miembro. No era raro para él hacerlo, en realidad ya hasta le aterraba que se estuviese haciendo tan recurrente. Sin embargo, no podía evitarlo; desgraciadas hormonas adolescentes, pensaba luego de terminar.

Aunque en esta oportunidad todo era distinto, puesto a que algo que jamás había hecho era precisamente tocarse bajo la encantadora fragancia a cerezas de una de las camisas de su compañero, que había dejado sobre la almohada para tenerla más cerca de su nariz. Cerró los ojos, mordiéndose el labio, ronroneando y arqueando la espalda ante las corrientes eléctricas que sentía  recorriendo toda su columna vertebral cada que subía y bajaba por toda su extención.