One-Shots || GATO

🏳️‍🌈 What's Up, Pussycat? 🏳️‍🌈

🌈 Clasificación: +18 [ADVERTENCIA: ESTE CAPÍTULO CONTIENE ESCENAS SEXUALES Y LENGUAJE VULGAR QUE PARA ALGUNOS SERÁ CONSIDERADO COMO INAPROPIADO. TAMBIÉN, ABORDA TEMAS COMO EL FETICHISMO Y LA PEDOFILIA. SE RECOMIENDA DISCRECIÓN]

🌈 Cronología:

•Cato: catorce años.

•Gary: veintiséis años.

🌈Temática: Gato/Lil'CatoGary.

🌈Au: Human Cato.

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Era bastante curioso, como sólo un niño de catorce años podía serlo. Y la casa de Gary era una de esas estrambóticas mansiones de pasadizos secretos, lo cual le resultaba fácil para emocionarse por cualquier rincón escondido. Le gustaba escaparse de la escuela e ir a visitarlo, aunque a sus padres no le agradaba mucho dicha idea; los GoodSpeed eran bastante inofensivos, eso se sabía desde hace un buen tiempo atrás, pero jamás se confía en un hombre solitario recién llegado con veintiséis años al que nunca se le había conocido novia alguna.

Para Crimson Light (que era el pueblito donde vivían) el rubio de encantadores ojos azules era un total misterio. Y, como falta de un paranoico no es lo que hacía, las madres preferían que ningún niño se acercara a esa casa, la cual quedaba más allá de la tercera colina, no sin ninguna supervisión. Tal vez era por sus gatos de yeso en el jardín de entrada, el buzón oxidado o el aire tenebroso que lo envolvía cuando salía a comprar las víveres a la tienda más cercana, pero lo cierto es que el hijo de los esposos Sheryl y Jhon no se parecía en nada a sus padres ya fallecidos.

Cato había sido el único en acercarse a la mansión más que todo porque quería confirmar los extraños rumores que circulaban alrededor del hombre, de modo que un día se le acercó para pedirle una de las manzanas del árbol esquelético en el jardín. Nunca lo vió de cerca antes, y en el fondo se lo imaginaba como un personaje típico de una película de terror. Su sorpresa fue grande cuando el tipo lo recibido con una amable sonrisa de soslayo y le invitó a tomarlas por él mismo, ofreciéndole de una de sus bandejas de galletas caseras que estaba acabando de hornear. No pudo decirle que no y aún no entendía el por qué, pero lo que después recordaba era haberse sentado a su lado en el inmenso sofá de la sala de estar a hartarse de leche chocolatada, mientras Gary le preguntaba ciertas cosas acerca de la escuela, gustos musicales, animal favorito e incluso qué videojuego acostumbraba jugar.

De tan recurrente que se volvió aquello, alguien fue de chismoso un día a decirle a sus padres. Por supuesto, ellos no recibieron la noticia de la mejor manera. Y luego de unas buenas marcas de correazos, y un regaño de dos semanas, lo llamaron al cuarto para hablar al respecto, explicándole ciertas cuestiones que el pequeño no pudo aceptarles sin sentirse incómodo primero:

“¡Ay, mamá, no seas asquerosa!”

“¡No soy asquerosa, sólo estoy diciendo lo que es!”

“¡Gary no me hará daño! Lo juzgan mal. Eso es todo”

“No queremos que te acerques más a él, ¡es por tu bien! Créeme, ese tipo no nos da buena espina. Espero no lo entiendas de la peor forma posible...”

Oh, de esa es que lo aprendería. De esa, y un poquito más.

Un día -aquel, en cuestión-, vió el auto de Gary estacionarse en la entrada del gigantesco edificio que le servía de escuela (o internado, prácticamente). Sus ojos se agrandaron y corrieron hacia el vehículo como si su vida dependiera de ello, emocionado; el rubio nunca había hecho aquello, y ya varios meses que no se veían. De modo que cuando le propuso irse a la casa no dudó y se subió al asiento del copiloto.