Si algo sabía Geisar es que las propiedades mágicas de la lavanda, el jazmín y las madreselvas brillaban por su ausencia. Si las tenía puestas en su tienda de brujería es porque los turistas se volvían locos ante el aroma a «místico» que eran típicos de esos lugares y como el dinero manda incluso había puesto unas datura decorando las esquinas de su puesto entre la tienda de Marak y Yura.
Un par de muñecos vudú comprados en un bazar chino, otro par de cráneos de plástico sacados de su decoración de Halloween y zumo de fresa en una botella a la vista de los clientes con la etiqueta «sangre de babosa» cuidadosamente colocada para atraer la atención justa y conseguir que todo aquel conjunto de tonterías y bisutería crease un entorno mágico como el que se esperaba.
Todo estaba medido y cuidado a la perfección. Por eso, a las diez de la mañana cuando entraba a trabajar, se quitaba sus vaqueros y sus camisas de Desigual y se vestía con aquella ropa de su abuela. Se recogía su hermosa melena negra y se hacía un moño tirante para intentar aparentar ser fría y dura. Su piel, color ébano, le daba el aspecto exótico justo para llamar la atención de los hombres y esos ojos, vivaces y curiosos, tenían una profundidad que analizaban todo impidiendo a su vez que nadie bucease en ellos mucho tiempo sin sentirse incómodo.
Bruja, como no podía ser de otra forma desde el día en que nació. Bruja como había sido su madre y su abuela. Bruja, por mucho que ella quisiera ser cantante o actriz o incluso médico, que para algo estudiaba en la facultad; pero hasta que no se sacase el título seguiría la tradición familiar y dejaría que el mundo la mirase con suspicacia y temor mientras los desconocidos pagaban por el amor llevándose un frasco de agua con miel.
Estaba revisando de manera distraída los libros para el examen que tenía al día siguiente cuando las campanas de la puerta la avisaron de un nuevo cliente. Cerró las duras tapas en las que disfrazaba el material de la universidad como algo más místico y preparó su interpretación estirando el cuello y manteniendo la espalda recta para ganar esos preciosos centímetros de más.
El hombre que había entrado era apabullante. Los pantalones le venían cortos, andaba incómodo y la camiseta no podía haber sido más friki , pero cuando esos ojos grises se clavaron en Geisar fue como si el disfraz de mortal que usaba aquel engendro desapareciese.
—Si hay algo en lo que pueda ayudarle no dude en pedírmelo —informó la chica tensando su sonrisa hasta lo imposible.
La costó permanecer impasible mientras Mardröm la examinaba de arriba abajo como si valorase su potencial. Cuando apartó la vista de ella la mujer respiró tranquila hasta que, al hablar, la voz de aquel hombre le puso la piel de gallina.
—Tienes sangre antigua en tus venas.
—Qué quieres que te diga, llevo toda la vida con ella —bromeó sin gracia.
El desconocido ni siquiera la miró. ¿Sangre antigua? ¿Qué significaba eso? Estaba tentada a pedirle que se fuese de su tienda, que se marchase para no volver. Pero una voz olvidada muy enterrada en su interior la rogó porque no lo hiciese, incluso insinuó que sería mejor si ella misma se iba de su tienda.
La desechó. La desechó como aquella vez en que la dijo que no subiese al coche en el que había tenido un accidente; y la voz le gritó que esto era incluso más peligroso.
—¿Tienes mandrágora, acónito y artemisa recogida en luna llena?
La mujer sintió un pinchazo en el corazón.
—Veo que sabes lo que quieres —habló por llenar un silencio que la ahogaba mientras rebuscaba entre frascos y viales.
Puso lo que le había pedido en la encimera y empezó a echar cuentas de lo que valía intentando concentrarse mientras esos ojos grises se clavaban en ella.
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Mardröm, el guardián del infierno:
FantasyNo todos los hombres en la tierra son iguales, ni todos los demonios en el infierno. Mardröm es un ser cruel, sin escrúpulos y capaz de lo imposible en su crueldad. Te concederá cualquier deseo a cambio de tu alma inmortal. Pero ¿Merece la pena el i...