Michael

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Michael

Tal y como habían prometido los chicos la casa era inconfundible. Mientras que en aquel barrio la miseria era la principal decoración en las fachadas, el hogar de Michael resaltaba el olor del dinero.

Nada más acercarse, antes de entrar al jardín, un hombre corpulento vestido con una camisa sin mangas y pantalones vaqueros por debajo de su cintura abandonó su puesto junto a la puerta para salir a su encuentro.

Tras echar un rápido vistazo a la peculiar pareja puso una mano sobre el pecho de Mardröm que, al contacto, le miró con odio inspirando con fuerza.

—Aquí no se admiten trajeados. —Al hablar se ladeó lo suficiente como para dejar entrever una pistola en su cadera—. Será mejor que os larguéis cagando leches antes de que os hagáis daño.

—Venimos a ver a tu jefe —comentó Tiffany.

Sus ojos pasaron del chico a la chica como si lo encontrase divertido

—Me parece perfecto, pero si no me avisa de que alguien viene a verle lo único que puedo deciros es que os vayáis a otra parte.

Aunque intentó hablar de manera neutra la amenaza seguía patente.

—Solo queremos ver a Michael. —El gruñido del hombre fue ininteligible y Tiffany  se giró hacia Mardröm—. Desahógate con él; lo estás deseando.

El demonio no se movió. Por un instante dio la impresión de que todo era igual al microsegundo anterior y que aquel hombre, de unos ciento cuarenta kilos de puro músculo, no estaba colgando en el aire con la boca atravesada por un cuchillo que Mardröm había creado con su propio hueso.

La improvisada cuchilla no se inmutó con los estertores que aquel mastodonte tuvo mientras la vida se le escapaba.

—Esto es por atreverte a tocarme.

Con ademán indiferente el demonio echó el brazo hacia atrás desatascando la cuchilla atorada en el cráneo de aquel tipo y dejó que la gravedad atrapase el cadáver contra el suelo.

Como si quisiera ver cuánto había afectado el asesinato a la muchacha ladeó la cabeza hacia ella a la par que introducía de nuevo la cuchilla en su cuerpo con la promesa de una muerte anunciada sellada con la sangre que resbalaba por su mano izquierda.

Ni por un instante Tiffany apartó la vista de aquellos ojos grises que intentaban intimidarla. Levantó la cabeza orgullosa negándose a desviar su atención al cadáver a los pies del demonio que había conocido el fin por sus deseos.

Cuando creyó que podía contenerse avanzó hasta Mardröm con pasos seguros y se arrodilló metiendo la mano en el bolsillo lateral del cuerpo. Palpó las llaves y fue hacia la casa sin comprobar si el demonio la seguía. El único signo de los nervios que la estaban atacando era el imperceptible temblequeo en sus manos cuando intentó meter la llave en la cerradura. Respiró pausadamente y solo necesitó de tres intentos antes de conseguir abrir la puerta.

Por fuera la casa parecía mucho mejor de lo que era por dentro. El mal gusto de su dueño había sobrecargado hasta las esquinas más inverosímiles con todo tipo de juguetes y tonterías allá donde mirase. En el recibidor, colgado en la pared, una chica en topless jugaba al billar con un hombre que no miraba la mesa precisamente en un poster de los más baratos. A su lado, en un marco vistoso, un cuadro simulaba ser una obra de Picasso al lado de la cabeza de un ciervo que usaban a modo de perchero.

—Hola Michael. Tu amiga ya ha llegado —saludó Tiffany con educación—. He venido a verte.

Caminó hacia el salón, que era donde oía la televisión, con paso lento. Se repitió en silencio que no era que tuviese dudas, había pensado mil veces en lo que esa noche iba a suceder, pero ver un cadáver sin inmutarse no había sido tan sencillo. Mientras avanzaba sentía a su espalda a Mardröm riéndose en silencio ante la locura de invocarle. En los ojos del demonio había visto el odio con que atravesó a aquel hombre por el mero hecho de tocarle ¿qué le haría a ella cuando tuviese la oportunidad?

Mardröm, el guardián del infierno:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora