El dulce sabor de los buenos momentos

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El hombre que salió al escenario entre aplausos y risas era absurdamente obeso. No, obeso no, era gordo. Gordo hasta extremos irreales. A pesar de eso, y en contra de lo que decía el sentido común, se movía por el escenario como si flotase; como si sus pies no necesitasen tocar el suelo para poder andar.

-Hoy tenemos un público muy selecto, con preguntas muy concretas, hoy... -Se quedó un instante en silencio mirando hacia Mardröm y luego, dirigiéndole un gesto de reconocimiento, continuó con su ensayado discurso de cada día-... Tenemos preguntas de todo tipo; desde dulces, sorprendentes...

-¿Alguna picante? -le cortó su ayudante con un tono sensual.

Todos rieron divertidos ante el tono sugerente que utilizó y la cara de escándalo que se le quedó a Toril que puso los brazos en jarra como si meditase.

-Si es así, espero que sea de ella -añadió, señalando a la mesa donde una pareja de recién casados que estaba comiéndose a besos enrojeció por completo.

Los aplausos y las risas acentuaron el rubor de la pareja, pero el momento se rompió cuando una voz entre el público sonó por encima de las risas.

-¡Empieza ya, que me aburro!

Al estar atenta, Tiffany pudo notar el pequeño tic que el presentador tuvo en un ojo.

-Está bien, ¿impacientes por ver mi grandilocuencia?, eso es bueno. Veamos ¿hay algún voluntario entre el público que tenga algo que preguntar?

Aquel era el momento que había esperado. Cogió aire en sus pulmones para levantarse y cuando se armó de valor, Mardröm la mantuvo en su sitio cogiéndola de la mano.

-¿No hemos venido justo para esto? -preguntó molesta.

-Aquí no. Ahora no.

¿Aquí no?

-Tengo prisa... -gruñó malhumorada. Aunque no sabía si lo que tenía era prisa o es que no quería que el valor la abandonase-. ¿No podemos hacer la pregunta y ya está?

No la respondió. Mardröm tan solo estaba atento al espectáculo analizando cuanto veía y levantando de vez en cuando una sonrisa cada vez que alguien levantaba la mano.

-A ver, tú -seleccionó Toril a un niño de unos diez años que se estaba ofreciendo con la mano alzada y gritos de emoción por encima de los del resto-. ¿Qué quieres saber?

El pequeño, al notar que era el centro de atención de todo el mundo, se movió incómodo en la silla.

-¿Cuánto son ochocientos quince por trescientos veintitrés menos sesenta más ciento cuarenta y dos?

El presentador pareció dudar de sí mismo por un momento.

-Y yo que pensé que ibas a preguntarme cómo capturar un Pikachu... -La gente se rió de buena gana-. Bien... ¿Has dicho ochocientos quince por trescientos veintitrés menos sesenta más ciento cuarenta y dos?

El muchacho respondió encogiendo los hombros.

-No sé.

-¿Cómo que no lo sabes? -preguntó Toril fingiendo indignación-. ¿Y si me equivoco, cómo sabrás si lo he hecho?

-Porque es una cuenta imposible de hacer con la cabeza. Necesitarías una calculadora.

Habló muy seguro de sí mismo. Poniendo las manos en la espalda y cada vez más orgulloso de su ocurrencia.

-Entonces, ¿no podré saber que son doscientos sesenta y tres mil trescientos veintisiete si no uso una calculadora para hacer esa cuenta?

-No.

Mardröm, el guardián del infierno:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora