Prologo

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Volker acariciaba la espalda de la vampiresa sentada en su regazo mientras se alimentaba de su vena cálida.

La mujer en su regazo gimoteaba mientras él bebía su esencia.
Sabía que quería darle más que su sangre, sin embargo hoy no estaba de humor.
Últimamente nunca estaba de humor.

La mujer lo miro con lujuria cuando él termino y le sonrio con dulzura.
Una sonrisa que el no devolvió, no hubiese podido hacerlo aunque quisiera, lo cual no era así.
Sus labios no se habían estirado en una sonrisa en más de cien años.

Volker saboreó su sangre en sus labios, disimulando una mueca de desagrado.
Fria e insulsa.
Últimamente siempre le sabia fría en insulsa.
Como la mujer en su regazo.
Después de todo, la sangre humana era la única que lo satisfacía.
La rubia en su regazo, Adeline, lucía exitada y satisfecha por alimentar a su Rey.

Su Rey.
Era un maldito chiste.

Volker cerró los ojos por unos segundos tratando de calmar su ira y su temperamento, no soportaba más esta jodida tortura. Estaba acabando con él, lentamente.

Cuando abrió los ojos apreto la mandibula, no soportaba su presencia ni su entrega .

Aunque trato de ser sutil, pues Adeline no era la culpable de su malestar, falló y la levanto de su regazo sin ningún tipo de delicadeza.

-Gracias, puedes irte.- Los ojos azules de la mujer se entrecerraron y gruñó algo antes de darse la media vuelta y salir por el pasillo del castillo.

Volker no sintió culpa.
La culpa era un sentimiento humano que había dejado de sentir hacia décadas, así como el amor y la empatía.

Vivía solo, por y para su reino.
Aguardando el día que pudiera hacerlos pagar.

Un gruñido salió del fondo de su pecho.

La orden de Armin.

Una orden de cazadores dedicada a aprisionarlo a él y a sus hermanos.

Ni siquiera recordaba cuántos siglos llevaba aquí encerrado.

Había perdido la noción del tiempo hacia muchos años ya.

Lo único que lo mantenía cuerdo era su sed de venganza y sabía que ese día llegaría.

Y cuando llegara, la sangre de los cazadores se derramaria por todo el mundo.

No tendría piedad con ninguno.

Volker se tragó un gruñido y ordenó a su cuerpo a calmarse.

-Mi señor.- Volker miro al hombre frente a él.

Remi, era algo así como su mayordomo.
Aunque jamás se atrevería a llamarlo de esa manera.
El viejo tenia más años que el antiguo testamento y tenía un carácter de los mil demonios.

Afortunadamente lo quería como a un hijo y Volker no negaría que queria al viejo también.

A su manera pero lo hacia.

Su cabello era gris al igual que sus ojos.
Ojos sabios que hablaban de una vida demasiado larga y dolorosa.
Remi era un guerrero, no en cuerpo pero si lo era su alma.

Había perdido todo en su otra vida y se había levantado como todo un guerrero, para seguir luchando.

Era el orgullo de cualquier guerrero.

-Dime, Remi. -Volker cruzó una pierna sobre su rodilla mientras se recostaba en el gran sillón frente al fuego del hogar.

El anciano llevaba una mueca siniestra en sus labios.

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