Capítulo Dos

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Transcurrieron tres años desde el primer encuentro entre Christian y Elena. Cada viernes ella iba a visitar a su abuela, sin olvidar el sandwich del lobo, el cual le daba a escondidas cuando iba acompañada de su madre. Ambos se habían vuelto amigos. A pesar de que ella solo lo conocía en su forma de lobo y él jamás le dijo ni una palabra.

Elena se encontraba asomada desde la puerta de la fonda. Era miércoles, lo que significaba que el leñador que vivía en el bosque iría al pueblo a vender cedro al carpintero. Isabel estaba harta de que su hija suspiraba como tonta cada que veía al muchacho desde lejos y aun así no era suficientemente decidida para hablarle. 

—Si tanto te gusta solo acércate a saludarlo. Tendrás más posibilidades hablando con él que espiándolo.

—Claro que no. No sabría que decirle —ella suspiró resignada, su madre solo tomó unas cosas de la estantería y las coloco en una canasta—. ¿Para qué es?

—Llévalas a tu abuela, me mando a decir que ya no tenia víveres. Un mapache se metió a la casa y rompió un par de cosas. Jamás entendí su amor por esa vieja casa.

—No pienso hablar con la abuela para que se mude al pueblo. La ultima vez que lo hicimos terminó molesta con nosotras.

—Me preocupa que siempre se la pase sola todo el día. Esta demasiado alejada de todo —no iba a ver a su abuela solo por el gusto de saludarla. Ella y su madre estaban muy preocupadas. Era una mujer de la tercera edad viviendo sola en el bosque.

—En esa casa vivió con su esposo y crió a sus hijos. Jamás la dejará. Ya me di por vencida, ella es mas terca que nosotras juntas —Elena tomó la canasta y se dirigió hacia el bosque, estaba un poco triste de que no vería al apuesto leñador.

Ya inmersa en el bosque no podía ver al lobo, normalmente este aparecía rápidamente. En ese momento se pregunto si el lobo sabía que solo iba los viernes y ¿cómo sabría un lobo que era viernes? Era una pregunta de la cual quizás nunca tendría respuesta. A unos diez metros pudo ver al leñador acercarse con varios troncos cortados, jamás lo había visto tan cerca. Elena sintió como el aire la faltaba con forme más se acercaba el muchacho, aunque él ni volteaba a verla. Pasaron justo al lado del otro, pero uno de los leños se cayó del carro en el cual los llevaba el leñador, parecía una divina coincidencia. Elena se inclinó a recogerlo y por primera vez lo vio fijamente a los ojos, algo en sus ojos le hacia sentir que se conocían de hace mucho. Eran de un cítrico verde limón. Por un momento él tuvo la ridícula idea de que lo había reconocido.

—Vas con el carpintero ¿verdad? —asintió y comenzó a considerar si seria buena idea entablar una conversación.

—Si —podía ver lo incomoda que se encontraba la chica, ella había tratado de hablar con él, pero solo recibió una respuesta cortante—. Trabajas en la fonda ¿o te estoy confundiendo?

—No te confundes, soy yo. Esto es tuyo—dijo mientras extendía el leño hacia él.

—No es que no quiera quedarme a conversar, pero tengo muchas cosas que hacer en el pueblo —descaradamente asomó la vista hacia la canasta que llevaba Elena—. Al parecer tu también. Fue un gusto.

—Igual.

Intercambiaron sonrisas nerviosas y cada uno retomó su camino. Por fin la vio cara a cara, usando su verdadero rostro. 

Cuentos que no son cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora