Capítulo 12

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Todo tipo de maldiciones acudieron a su cabeza pero fue incapaz de traducirlas en palabras. ¿Qué demonios había hecho? Esta chica era una bruja, lo había atraído con sus malas artes y él había dejado de pensar y dejado llevar dócilmente, sin oponer ningún tipo de resistencia.

¿A quién quería engañar? Él había sido el primero en dar el paso, la había buscado y cuando finalmente intuyó que estaba cerca, entonces su cuerpo había tomado la iniciativa.

—Yo... lo lamento —murmuró a modo de excusa.

—Yo no.

Ante la respuesta de la chica se quedó quieto y trató de ver en la oscuridad, tarea imposible ya que la negrura era tan densa que no veía su propia mano colocada a un palmo de sus ojos.

—¿No lo lamentas?

—No, porque me ha gustado. Lástima que haya durado tan poco.

—No puedo comprometerte.

—¿Porqué? Quiero decir... ¿Por qué habría de comprometerme esto? De donde yo vengo se pueden tener relaciones sexuales sin tener que casarse después.

—¿De dónde vienes todos son unos depravados?

—De donde yo vengo hay cosas más importantes que el hecho de ser comprometida por tener sexo con alguien.

Noah no sabía dónde estaba su hogar pero no le gustaba el lugar. Cuando un hombre tenía relaciones con una mujer, su deber era hacerse cargo de ella y no dejarla libre, así otro hombre ya no la querría. No era justo.

—El caso es que ahora estás aquí, y las cosas se hacen de otro modo. —Oyó el ruido de las ropas al rozarse y supo que la chica se estaba poniendo en pie.

—Vale. Está claro que con esta conversación no vamos a llegar a ninguna parte.

Noah se extrañó del nuevo comportamiento de Cais. ¿Cómo podía haber cambiado tanto en tan poco tiempo? ¿Qué la había hecho pasar de un extremo a otro?

—Estás distinta. ¿Qué ha ocurrido durante los días que he estado fuera?

—He recordado quien soy y de donde vengo. Esto ha hecho que modifique mis prioridades. Antes solo deseaba complacerte en todo, ser el soldado en que querías convertirme. Ahora no.

Se moría de ganas por conocer las nuevas prioridades, ver en qué puesto quedaba él.

—Debo hacerte una advertencia. Delante de mis hombres tendrás que tratarme con el mismo respeto que los demás.

—Ah, sí. No te preocupes. Sabré hacerlo... Dios no quiera que levante mi cabeza mientras me dirijo a ti.

Supo que estaba alejándose y la agarró por el brazo con fuerza, ella gruñó y se volvió de frente a él.

—Llevarás un vestido y te comportarás como una dama. Nada de armas y nada de insolencias en público. No te sentarás en la mesa con los guerreros como has estado haciendo.

—Sí, mi señor. —Se inclinó en una reverencia exagerada hasta casi rozar las rodillas con su rostro, después comenzó a alejarse.

—¡Cais! —la llamó, a pesar de que estaban a oscuras, en esa zona había algo de claridad y él había observado que ella había actuado con descaro. Ella se volvió de nuevo y Noah pudo verla en todo su esplendor, a la luz de la antorcha más cercana.

—A propósito, mi señor. Recordé mi nombre y no es Cais, Cais es el nombre de mi perro.

MALDICION, Noah pateó la pared y se hizo un daño horroroso en los dedos, pero era eso o estrangular a la chica.

Maldito Noah-laird-gran-señor-del-castillo. Le había quitado lo único que le hacía ilusión: ejercitarse con la espada y compartir mesa con los soldados. Sus días como mujer de las tierras altas estaban contados, iba a tardar lo justo en largarse de allí y ahora era cuando no le apetecía de veras ponerse un vestido.

Sentía deseos de llevarle la contraria, pero tenía razón, no podía mostrarse desobediente delante de sus hombres. Por ahí se iba a salir con la suya, pero no pensaba concederle mucho más.

Fue a su recamara y se deshizo de la ropa a tirones, lanzó las botas con fuerza contra la robusta puerta y deseó tirar al suelo todo cuanto se encontrara al paso.

A pesar de la fuerza con la que se había enfrentado a Noah, lo cierto es que ahora se sentía rabiosa, iracunda y con unas ganas locas de asesinar a alguien, sobre todo a Noah. Y para colmo, la había calentado y luego abandonado a la deriva... después de haber contraído matrimonio con otra mujer. Y ahora le exigía que llevara un vestido, que dejara de sentarse donde siempre, que dejara de ser ella misma.

Estas dos vidas míasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora