Capítulo 9

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Por la mañana, cuando oyó cantar el gallo, Cais se incorporó con cuidado en la cama. Se sentía llena de energía y capaz de salir al exterior, pero se tambaleó cuando trató de ponerse en pie.

—¿Por qué no te lo tomas con calma?

Eleanor entraba en la estancia seguida de otra muchacha y de Daphne, que siempre parecía tener un aspecto impecable.

—Me encuentro bien. ¿Dónde está mi ropa?

—Noah quiere que te pongas esto.

La otra muchacha, a la que conocía solo de vista, le entregó un sencillo vestido de amplio escote y una túnica blanca.

—No. No me lo voy a poner.

Caminó dos pasos inseguros y se apoyó contra la pared contraria, el esfuerzo le había supuesto grandes dosis de energía, aunque no estaba dispuesta a que ese pequeño detalle la retuviera en la cama ni un día más.

Quería estar sola, que nadie fuera testigo de su sufrimiento ni del considerable esfuerzo que estaba haciendo. Y mucho menos la pelirroja, no quería aparecer débil frente a ella.

—Por favor. Necesito privacidad. Ya os llamaré si necesito ayuda.

Las tres muchachas abandonaron la estancia y ella pudo dar rienda suelta a sus emociones, comenzó a llorar mientras trataba de llegar a la chimenea, de pronto se había quedado helada.

Se sujetó bien la herida y se sentó frente al fuego, notaba los ojos y los labios hinchados, como si hubiera llorado durante toda la noche. Había tenido un mal sueño que no recordaba pero que debió ser muy triste, últimamente se había visto asaltada por extraños sueños sobre lugares que conocía pero no se ajustaban con la realidad que estaba viviendo. Tal vez fuera debido a la fiebre de los últimos días y aunque quiso retener algún retazo, se le había escapado entre los dedos igual que si hubiera querido retener agua.

¡MIERDA! Y se extrañó de decir esa palabra, no era muy común por ahí, donde la gente hablaba con más respeto. A veces acudían a su mente expresiones muy familiares para ella pero no tenían cabida en ese tiempo.

Estaba segura de que en algún momento algo la haría recordar con todo detalle lo que permanecía encerrado en cualquier rincón de su cabeza.

Se relajó, respiró hondo y trató de ponerse en pie, era hora de enfrentarse al mundo: si se ponía sus ropas de chico sería como no admitir lo que ya todos sabían, si se ponía un vestido... ya tendría que actuar como una mujer más del clan.

No. De ninguna manera, se negaba a ocupar su tiempo cuidando de unas ovejas o haciendo cualquiera de esas labores. Tomó las calzas y se las puso con cuidado de no forzar la herida, con el calzado fue peor hasta que pudo acomodar los pies. Eligió la túnica que había junto al vestido puesto que la camisa que llevaba estaba sudada, de todos modos no era muy larga. Una vez que se ciñera el cinturón con la daga al nivel de las caderas, le quedaría un poco más arriba de la rodilla. El cabello... Dios, no tenía remedio alguno, estaba un poco enredado y ella no disponía del tiempo ni la paciencia para ocuparse de él. Lo retiró del rostro y lo anudó en la nuca con un cordón de cuero.

Caminó con precaución hasta la puerta, agarró el tirador y... perdió fuelle. ¿Con qué cara se presentaba ante los demás?

—Venga, vamos. No es para tanto —se animó a sí misma. Respiró hondo y abrió la puerta de par en par.

Afuera hacía frío y ella estaba helada desde hacía un buen rato. Miró alrededor y localizó el plaid de la cama. UFF, ahora debía retroceder para llegar hasta él lo cual le suponía un esfuerzo extra... "Está bien, allá vamos". Se apoyó en el arcón que había contra la pared, luego en la pared y finalmente caminó en línea recta hacia la cama.

Estas dos vidas míasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora