Capítulo 14

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Harto de patear toda la aldea, Noah se dio por vencido, no tenía ni idea de donde podía encontrar a la muchacha y desde luego que estaba ansioso por verla. Sabía que Cais había hablado con Ramsay poco antes de que él llegara, de modo que había debido de seguir la ruta más lógica. ¿Dónde demonios podía estar?

DIOS. Allí estaba, afortunadamente. Cais dormía aovillada y envuelta en el plaid con los colores MacLeod, se agachó a su lado y le rozó la mejilla, al menos la poca mejilla que quedaba a la vista.

Un fuerte sentimiento de ternura le invadió, Cais era una mujer hecha y derecha pero a veces la veía como una criatura indefensa. Ésta era una de esas veces, en este momento se daba cuenta de que sentía por ella algo muy intenso que ya no podía dejar apartado a un lado.

La tomó entre sus brazos y ella se acurrucó contra su pecho, no era tan liviana como parecía pero no le supuso un gran esfuerzo cargar con su peso todo el camino hasta el torreón. Ya era la segunda vez que hacía un viaje parecido y, francamente la sentía muy bien entre sus brazos.

—¿Quieres que la lleve un rato?

Noah no se sorprendió de oír a Cameron a su lado. Aunque sus soldados estaban entrenados en el sigilo, él podía localizarlos enseguida.

—Ya la llevo yo.

Miró hacia su izquierda y se encontró a Wallace, que también caminaba a la par, sus hombres se habían unido a él en la tarea de localizar a la muchacha.

Ellos se quedaron en el solitario salón mientras Noah llevaba a Cais hasta la recámara, la colocó sobre la cama y la cubrió con las pieles. DIOS. Adoraba a esta mujer a pesar de que prometía sacarlo de quicio en cuantas ocasiones surgieran. ¿Debía hacer caso a los demás y reclamarla? Decían que ella era la adecuada, la ideal para él.


La diferencia de temperatura era más que notable, ya no estaba agazapada junto al arbusto, ésta era su nueva cama y este aroma embriagador era el de Noah, lo reconocería en cualquier parte y lo distinguiría entre un millón.

Abrió los ojos y se encontró con el rostro del jefe, sus preciosos iris de un color castaño tan oscuro que apenas se distinguía la negra pupila, su boca sonreía pero al instante se puso serio. Le pareció tan atractiva la forma almendrada de los ojos que dejó escapar un suspiro. Noah le acarició la mejilla con sus rugosos nudillos.

—Cais —murmuró con voz ronca y a continuación se inclinó sobre ella, sus labios se unieron una vez, dos veces y luego Cais ya no quiso que se le escapara. Le rodeó el cuello con ambos brazos y lo atrajo más a ella.

—Ey, preciosa. No me voy a escapar.

Cais vio como él le colocaba un mechón detrás de la oreja y la miraba con atención, como queriendo memorizarla, luego deslizó su mano debajo de las pieles buscando el bajo del vestido. De pronto, una especie de ataque de modestia o algo más la acometió, echó mano y detuvo el avance de Noah.

Él la miró con el ceño fruncido, claramente desconcertado.

—Allí arriba me pillaste desprevenida pero no va a repetirse. Recuerda que ya tienes una esposa y no me gusta tener que competir por alguien que no puedo conseguir.

—¿Una esposa? —preguntó Noah confundido, se echó hacia atrás y sacó la mano de donde la había tenido metida hasta entonces—. Me parece que no te sigo. ¿De quién estamos hablando?

Cais se incorporó en la cama y se aferró a las pieles a modo de coraza, en el tú a tú, aún seguía impresionándose por la fuerza y la apariencia de Noah, su cercanía la ponía nerviosa, sobre todo cuando ella perdía la insolencia que le permitía enfrentarse a él.

Estas dos vidas míasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora