Capítulo 15

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Caía una fina llovizna cuando levantó la gruesa piel que cubría la ventana. Con fastidio se dio cuenta de que si estaba llegando el invierno ya no le sería posible emprender el viaje de regreso. Fue a acurrucarse en la cama, bajo las mantas de piel. El fuego que crepitaba en la chimenea mantenía caldeada toda la estancia y agudizaba la pereza que se había apoderado de su ánimo.

Solo había salido al exterior para asearse y poco más, Noah no le permitía ejercitarse y tampoco que se alejara demasiado, por lo que siempre había alguien lo suficientemente cerca para disuadirla.

Daphne y Ruth se entretenían bordando junto a la chimenea del salón pequeño y Cais finalmente pensó que dedicarse al pastoreo tampoco iba a resultar demasiado interesante, pero algo tenía que hacer.

Se vistió con unas gruesas calzas y luego se abrigó lo mejor que pudo para salir al exterior. Estaba claro que éste no era su clima, ella estaba acostumbrada a la calidez del sol incluso en los días más fríos, a unos inviernos suaves que rara vez bajaban de los cero grados. Echaba en falta su casa y todo lo que había dejado atrás, al pequeño Jamie.

Cuando su madre conoció a su padre, el teniente Jamie Fraser, un apuesto inglés de ascendencia escocesa, éste tenía ya un hijo. Los cuatro vivieron felices al sur de España durante un breve tiempo, pero luego viajaron según destinaban a su padre a un lugar o a otro. Cuando sus padres murieron, decidió volver al sur con su hermano, también militar, que conoció a una chica fantástica, Laura, y se casó con ella.

Vaya, esta era la historia de su vida, Dios había querido que ella se quedara sola con la nueva generación de Fraser. A cargo de su sobrino de poquísimos meses, se había sentido perdida, desorientada y malhumorada por ser abandonada.

Mientras caminaba por el torreón pensó en cómo las enseñanzas de su padre y hermano le habían servido en su nueva vida. Había crecido oyendo a su padre hablar gaélico en lo que para ellos había sido un juego, a su hermano siempre se le había dado mejor que a ella. Pero ya de pequeños, ella quiso sobresalir con la defensa personal, porque su padre decía que jamás podría dejarles dinero ni bienes como herencia pero siempre podrían recurrir a sus trucos si tenían dificultades. Sabía que su padre estaría orgulloso de ella por haber sabido aplicar todos sus conocimientos.

—¿A dónde vas?

Se sobresaltó cuando escuchó la voz de Noah, no lo había visto al bajar por la escalera y no pudo articular palabra durante un instante.

—Por ahí, a dar una vuelta.

—¿Podemos hablar?

Antes de que ella respondiera, Noah caminó hacia el lateral del salón donde estaba la chimenea encendida. Cada día le parecía más impresionante, tan alto y tan fuerte, a su lado se sentía tan ridícula que últimamente pensaba que con razón no quería tener nada que ver con ella.

—Tú dirás.

—¿Cuál es tu nombre?

—Isabel. —Pensó en negarse, pero ya no tenía importancia, Noah no quería estar con ella y para verlo casado con otra mujer, lo mejor que podía hacer era marcharse.

—Bonito nombre.

—Sí, pero seguiré llamándome Cais. Ese perro me caía muy bien.

Se sorprendió cuando Noah cogió su mano y estuvo jugueteando con sus dedos. Ella creyó que era un acto reflejo, estaban tan cerca el uno del otro que tal vez lo hacía sin pensar. Cais amaba a ese hombre, de otro modo no estaría tan celosa de las otras mujeres y de otra manera no se habría entregado a él. Pero los rechazos solían doler mucho y ella aún intentaba recuperarse del último, de modo que se dejó querer un rato por él.

Estas dos vidas míasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora