XVI

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Tamara miraba estupefacta a Daniel. Aquel niño que estaba sentado a su lado le acaba de decir que era exótica y que era alguien pura.
De pronto ya no había aire, se estaba asfixiando.
Su corazón a ese punto ya no latía, había muerto desde que Daniel se sentó a su lado y la saludo; lo miro a detalle y sintió morir.
Siempre con aquel aroma tan característico de el, y aquella sonrisa que siempre le daba la hacia perder la razón. Su piel brillaba y la invitaba a acariciarla, era como una adicción para ella.
—¿Por qué siempre que te pregunto algo te pones más blanca de lo que ya eres?—. Le pregunto Daniel, y se acercó más a ella.
Se plantó frente a frente y la miró directamente a los ojos, y por inercia paso sus pequeños dedos sobre la mejilla de la chica.
—Siempre me he preguntado…—. Hablo en un susurro.—¿Camille era igual que tú?
Y aquello la dejo helada.
¿Camille?
¿Quién era ella?
—Bueno Tamara tengo que irme a casa, papá tiene algo muy importante que decirnos por la noche a mamá y a mí—. Se encogió de hombros y sonrió sin ganas.
—Ah… adiós supongo—. Dijo con voz aguda. Le había costado mucho formular aquella oración.
El pequeño la miró y pego sus labios a su frente nuevamente.
Se sentía en paz cuando hacia eso, y es que meses atrás había leído que el beso en la frente era el más puro de todos, y así era ella para el, la cosa más pura de el mundo. O al menos de su mundo.
Sintió como Tamara aspiro con fuerza y dejó salir un sollozo. Y aquello le dolió, era la primera vez que la veía así de cerca y con las lágrimas bajar por su rostro.
—¿Por qué Daniel?—. Le dijo con voz rota.—No me lo hagas más difícil, esto… esto no está bien, nada bien. Estamos frente a la iglesia un lugar santo, y yo aquí cometiendo una falta gravísima—. Limpio sus lágrimas y lo miro.
Daniel con lentitud paso sus diminutos dedos sobre las mejillas de Tamara limpiando las lágrimas y volviendo a besar su frente le dijo:
—No es pecado algo que Dios ah decidido que vuelva a suceder—. Le dijo y se separó de ella.
Lo miro alejarse e ir a tomar la mano de Sofía y juntos se perdían entre las personas.
[…]

Joshua miró por la ventana a Camille. Tenía puesto un traje color blanco y su cabello caía como cascada sobre su espalda, un pequeño broche dorado adornaba aquella melena castaña. Ella abrazo a Olivia y subió a un auto.
Poco después el auto se puso en marcha y ella se fue.
Había mandado su carta y después de esa había mandado unas cuantas más, pero nunca recibió una respuesta. Es más Camille no había dado señales de vida, Joshua jalo de cabello con desesperación y sintió una lágrima bajar por su rostro.
—Joven debemos ir al aeropuerto—. Le dijo su sirviente.—Su vuelo sale en una hora.
Si, Joshua debía ir al extranjero, su pequeño negocio estaba dando frutos. Cada vez las ganancias eran más altas y aquello era bueno.
Acomodó su saco y asintió con la cabeza. Debía cumplir con sus obligaciones, y después tendría tiempo de buscarla.

Horas después el joven se dejó caer sobre el sofá de cuero y cogió un cigarrillo. Miro con atención hacia la ventana y soltó un largo suspiro.
—Joven amo, han logrado capturar a dos nuevas presas—. Le dijo su mejor sirviente. —Por la noche habrá una subasta. Y he logrado encontrar toda la información sobre ellas, aquí le dejo sus expedientes—. Hablo con una risa burlona y dejó un par de folders verde sobre la mesa.
—Bien, prepara todo, esta noche será una de las mejores—. Joshua se levantó y cogió los folders.
Por la noche Joshua se dirigió a aquel conocido lugar, infinidad de hombres abarrotaban aquella pequeña salita, dio una calada a su cigarrillo y se sentó en aquella silla de terciopelo y adornada con pocos destellos dorados.
—¡sean todos bienvenidos a una nueva subasta!—. Dijo por el micrófono un hombre de ojos azules y de nombre Charles.
Por todo el lugar se oyeron aplausos.
—Esta noche nos visitan un par de palomas nuevas—. Sonrió.— Ambas con facciones delicadas y salvajes a la vez, y por cierto nuevecitas—.
Detrás de aquel hombre se posaron varias jóvenes, todas jóvenes y hermosas, quizá hasta de la misma edad.
Joshua las admiro con detenimiento, y sonrió con malicia al verlas directamente a los ojos. Aquel par de jovencitas nuevas tenían el mismo color de ojos que Camille. Pero ninguna era ella, no las podía comparar, eso era algo ilógico.
Eran diez las muchachas que lo miraban con odio y temor a la vez.
Una de las nuevas dejó caer una lágrima y aquello captó la atención de Joshua. Era mona y fina, poseía unos ojos café claro y tupidos de largas y rizadas pestañas, tenía el cuerpo esbelto y era cubierto por un diminuto vestido negro que se le pegaba como una segunda piel.

Amor Ilegal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora