II Cielo Bajo.

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Después de que Lorief se encargase de llevarme hasta lo más profundo del cielo bajo, me dejo al cuidado de Kers, quien no paraba de repetir una y otra vez lo irresponsable que había sido y que debí haberme defendido. Había infinidad de cosas con las que estaba de acuerdo con Kers, pero lastimar hemeros no era una de ellas.

– Y que quede claro que esta vez fue culpa del imbécil de Neiret. – Termino por decir Kers ante la presencia de Luciel.

– Mi querida Oriet, sabes que no hace falta que te diga lo que debes o no hacer, – me extendió su mano para que me acercase a ella – pero reprimir tus instintos es algo que va en contra de tu naturaleza, hermosa.

– ¡Bien! Defiéndela y has que todo mi trabajo no valga nada.

– Cállate Kers. – Me miro – Si es cierto que no hizo bien en ir a Orum, pero es esa actitud impulsiva la que me convence que tienes más de tu padre y me hace sentir orgullosa.

– Luciel, no quiero tener problemas, si algún ángel del canto se entera que yo...

Mis palabras fueron interrumpidas por el acto de Luciel, me acurruco en su regazo y comenzó a tararear. Aunque yo supiera que estaba mal el preferir a Luciel por sobre los ángeles blancos, ella tenía un algo que me hacía sentir cómoda. Es ella la viva imagen de la perfección, uno de los ángeles más bellos que pueden existir en ambos cielos, aunque era conocida por muchos apodos como Hades, el ángel de la muerte, Lucifer, Satanás etc. Tenía la apariencia de ser alguien que no causaba ningún problema, pero cuando alguien le sacaba de quicio, era capaz de todo por ver sufrir a ese alguien. No obstante, no había nadie en el cielo bajo que no le amara, o por lo menos, no en ese entonces.

– Creo que Gabriel va a enfurecerse si este querubín no regresa a casa. – Interrumpió Kers solo para fastidiarme, pues odiaba que me llamara querubín, y más que me recordara que debía estar encerrada.

– Déjala, hace tiempo que no visitaba nuestro cielo, y según yo recuerdo, ese era parte del trato. - Explicó Luciel, soltándome.

– Ella tiene razón, además Kers, ¿qué es más importante en tu vida que cuidar de mí?

Los ojos de él se oscurecieron aún más, odiaba que le recordara eso, tanto como yo odiaba que me recordara el tener que volver a la cuidad del canto. De inmediato, se lanzó sobre mí y comenzó a simular que me atacaba con su daga, algo que ya era costumbre entre nosotros, él era como un Yerathel del cielo bajo, a pesar de todo, lo apreciaba bastante, aunque no en la manera que Luciel anhelaba. Para ella sería lo mejor que me fijara en Kers de otra manera, para enamorarnos y tener querubines mestizo/oscuros, lo que daría por resultado, súper ángeles, pero ese era uno de los tantos sueños guajiros de Luciel. Aunque no puedo negar que Kers era muy atractivo, bueno como ya he dicho, todos los ángeles lo son, pero en él había una chispa de algo diferente, más que sus profundos ojos, su cabello cenizo y su moldeada sonrisa, Kers representaba para mí, algo diferente que un común ángel oscuro, aún más que Lorief.

– ¿Que hace ella aquí? – Interrumpió una áspera voz. – ¿No debería estar en su verdadero hogar?

Kers y yo detuvimos nuestra pequeña pelea, pues aquel presente nos intimidaba a ambos.

– Este también es su hogar, ¿cuántas veces tengo que repetirte eso, Aniel? –Le reprendió Luciel.

Aniel era el hijo más chico de los siete que tenía Luciel. Era condénamente atractivo como su madre, al igual que duro, inteligente y extremadamente pasional cuando de conquistas se trataba. A pesar de su irracional belleza física, este odiaba todo lo que no fuese su madre. Odiaba a los ángeles blancos, me odiaba a mí, e incluso a su propia raza y hermanos.

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