VIII ¿Primera cita?

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Antes de siquiera percatarme de si amanecía o no, mis alas reaccionaron ante mis movimientos, rápidamente. Esta vez, fui yo quien despertó antes que Gabriel, no me moleste en siquiera en tomar mi copa de vino, lo único que esperaba hacer era estar con Samuel antes de que el primer rayo de sol alumbrara la ciudad del canto.

No suena lógico, pero algo en mi interior estaba acelerado, necesitaba hacer mis tareas diarias lo más rápido posible, pues no tenía ni la más mínima idea que hora era el "en punto de las cinco". Los ángeles no contamos las horas al igual que los hemeros, basamos las horas dependiendo a la posición del sol, y lo difícil era que en todos los mundos las posiciones eran diferentes. En el Cielo alto los días suelen ser más cortos, debido a la cercanía con sus soles, mientras en el Cielo bajo son más largos, aunque parezca que el tiempo vuele en ese lugar, hay ocasiones en las que un ángel no puede concebir el sueño durante días debido a la incapacidad de sentir la rapidez con la que pasa el tiempo, pero Gabriel y yo teníamos esos hábitos un poco revueltos, ya que estar en Cielo alto, pasar días en Orum y después estar el Cielo bajo, hicieron que nuestros relojes biológicos se adaptaran a algo diferente. Había días en los que, mientras nosotras dormíamos, Luciel y sus ángeles pasaban días despiertos. Y esa era a razón  por la que debía apresurarme, no sabía en qué momento debía ver Jamil.

– ¿Qué haces aquí? – Pregunto Samuel cuando me vio entrar a uno de los salones del canto.

– ¿No querías que me reportara cada día?

–Sí, pero no te esperaba tan pronto.

–Pues aquí me tienes, así que ahora yo... – Me interrumpió.

–Oriet, –  hizo una seña para que me acercara a él – no sé lo que estás haciendo, pero le jure a tu madre que cuidaría de ti, pero creo que no lo estoy haciendo bien.

En su mirada se asomaba una culpa muy grande. Justo lo que necesitaba, un discurso de Samuel.

–No, claro que no, tú haces lo mejor que puedes y por eso te estaré eternamente agradecida.

–Yo solo quiero que estés a salvo, después de lo que paso con tu hermano, – oh no, tenía que tocar ese tema – siento que algo igual podría pasarte, ya le falle a tu madre con él, no quiero que se repita contigo.

Eso era verdad, el juro protegernos a ambos, y fallo con Yerathel, pero no era su culpa, nadie tenía idea de lo que paso con él ni los demás ángeles.

–Samuel, eso no fue culpa de nadie y lo sabes, pero eso no quiere decir que no lo volveremos a ver.

–Es ahí a donde quiero llegar, – tomo uno de mis hombros – sé que no estuviste aquí ayer, y se lo que estás haciendo.

Mi respiración comenzó a corarse, "me descubrió" fue todo lo que pude pensar.

–Estas buscando a tu hermano.

Aunque eso me hiciera sentir totalmente culpable porque no era verdad, sentí un alivio enorme cuando escuche sus palabras.

–Es por eso que te asignare otro ángel protector.

– ¿Qué? – Era lo que menos necesitaba en ese momento – ¿Ya olvidaste lo que paso con los últimos dos que me asignaste? ¿Dónde están?

–Nada de lo que ocurrió con ellos fue tu culpa.

— Eso da igual, no quiero sentir a alguien sobre mí, además, no olvides que no eres él único que cuida de mí, Luciel también tiene ángeles detrás de mí. – Samuel me dio una mirada inconforme – Te puedo jurar, por el nombre de Eón, que nada malo va a sucederme.

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