Día 2

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Desperté aquel lunes, si es que puedo decir que lo hice porque no dormí mucho que digamos, las pesadillas me levantaron a la mitad de la noche, estaba sudando y demasiado asustada, pero no había nadie en quién refugiarme, entonces me calmé a mi misma

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Desperté aquel lunes, si es que puedo decir que lo hice porque no dormí mucho que digamos, las pesadillas me levantaron a la mitad de la noche, estaba sudando y demasiado asustada, pero no había nadie en quién refugiarme, entonces me calmé a mi misma.

Me bañé con agua fría, temblaba un poco, intenté colocar música para relajarme, cosa que no funcionó porque mi mente solo podía concentrarse en crear escenarios catastróficos y terroríficos. La ansiedad no es fácil, ni tampoco un tema a la ligera y la depresión, menos, aunque si los ponemos en una fila. Podemos decir que son las consecuencias de todo, el resultado de una serie de traumas.

Me coloqué una sudadera, sin blusa debajo porque es incómodo debemos admitirlo, unos pantalones de mezclilla, y unos vans. Me dejé el cabello suelto y bajé a desayunar, mamá no estaba entonces solo tomé una manzana y un jugo de caja, me cargué la mochila y salí de casa a paso lento, el reloj marcaba las siete y cuarenta de la mañana, tenía veinte minutos para llegar, sin embargo con cada paso que daba, mis pies parecían pesar demasiado.

Aún con el tiempo estando en mi contra, caminé con el mejor intento de tranquilidad que mi cuerpo podía mostrar, iba respirando profundo, con la música a un volumen moderado, esperando una señal divina para no ir a la preparatoria, esperando a que la tierra me hundiera y desapareciera, pero no llegó nada, el viento solo me trajo a Alec, apagué los audífonos y lo saludé.

—Hola — dije con una sonrisa tranquila sin despegar mis labios, dejé que mis manos tomaran un poco de oxígeno, estaban húmedas y comenzaba a incomodarme.

—Por fin vuelvo a verte ¿Cómo estás? —cuestionó haciendo señas con sus manos para que pudiera comprenderlo, su gabardina negra le daba un toque rebelde y lo era, se vestía completamente de negro y tenía algo en él que lo hacía interesante, quizá sus manos llenas de anillos o el cigarrillo que siempre tenía en la mano o su cabello negro azabache y la piel pálida.

Alec era atractivo, solo que yo lo veía más como un hermano y él a mí también, tenía las facciones marcadas, era alto, fuerte y me cuidaba.

—Hice lo que pude— sonreí entrecerrando los ojos por la luz del sol— ¿Y tú? ¿Qué tal tu viaje? — sonrió de emoción y volvimos a andar mientras él me contaba sus nuevas aventuras, sus señas se veían emocionadas y sus expresiones también, logró mantener a mi mente ocupada por algunos minutos.

—Estuvo bien, me gustó mucho, tener padres divorciados es una ventaja gigante —y yo sonreí, me gustaba ver su alegría, me contó su viaje a Roma, los lugares que visitó y aunque sus padres se pelearon un par de veces, no le importó, disfrutaba de lo que tenía.

—Me alegro por ti, venga, vamos tarde y no queremos llegar tarde el primer día— dije con ligero sarcasmo dándole un pequeño golpe en el brazo.

—Te conozco, tú si quieres.

—No puedo mentirte, ni siquiera quiero ir.

—Tú puedes, vamos — me animó.

Quería contarle a Alec lo que había sucedido, pero quizá no lo entendería, lo conocía bien, nunca iba a juzgarme por algo como esto, era sincero, leal y una persona que sabía guardar secretos y mantener promesas.

Realidad LIBRO II ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora