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Comenzaste a dirigirte a mí una semana más tarde. Me agradó notar que ya no te encogías al hacerlo, en su lugar, simplemente sonreías y seguías conversando. Con el tiempo, nuestras reuniones se volvieron habituales: en el patio, durante el recreo, en los momentos libres y, como siempre, en esa clase especial.

Tu semblante irradiaba libertad, despojado de cargas y presiones.

Me llenaba de alegría y emoción ver que ya no eras tan tímido y me atribuía ese progreso a mí misma. Después de llevarte al límite en incontables ocasiones, te hice hablarme.

A este fenómeno lo bauticé como el "efecto Mar".

Las cosas que nunca te dije [Versión Corta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora