MARTA

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Salir a correr me tranquilizaba. Me gustaba también, claro. Pero tenía tanto estrés que me era difícil trabajar en paz. Siempre salía a las 6:30 sin falta. Yo era muy puntual en todo, pues era una de las muchas cosas en las que había salido a mi madre.

Era como si la propia carretera me estuviera esperando. Pero casi siempre iba sola. A veces me encontraba a algún hombre o mujer corriendo, y por suponer de su ropa, parecían atletas preparándose para una competición.

Me desperecé de la cama y me desabrigué con las sábanas de invierno. El hueco aún estaba calentito y puesto que soy muy friolera, me encantaba pasar la mano para notarlo. Sonreí.

Me acaricié los ojos para despertarlos, pero nunca funcionaba. El correr ya era una rutina para mí y no podía faltar.

Confiaba también en que esto me despejara, sino lo hacía, no me iría el día bien, estaba segura.

Me lavé la cara y me puse unas mallas que tenía metidas en un cajón inferior del armario, un top corto negro y mis queridas deportivas grises. Me gustaba el color. Era mi forma de ver la vida; en equilibrio.

Cogí un coletero y me lo recogí en una cola. Mi melena era morena, y me encantaba el color, puesto que era del color de las castañas.

Quería música, así que cogí mi mp3 y mis auriculares y me puse mi canción favorita: "Shine "de Years & Years.

Corrí las cortinas de la ventana de mi habitación y vi el cielo. Quería saber el frío y el estado del cielo. El sol estaba a punto de salir, por lo tanto, no me encontraría con nadie, o eso esperaba.

Cerré con llave y me preparé para correr un día más, como todos los anteriores. Hice algunos estiramientos y respiré hondo mientras cerraba los ojos.

El parque estaba justo enfrente de mi casa. Sí. Tenía esa suerte.

La verdad es que era un parque bastante grande. Y ahora, con ese amanecer, el mundo me parecía más hermoso de lo que yo pensaba. Ojalá hubiese podido disfrutarlo más de lo que lo hacía.

El sol alumbraba las copas de los árboles que dejaban un paso claro de tierra para pasear, o en mi caso, correr.

Miré de un extremo a otro de la carretera - sí, vivía en la carretera, apartada del mundo que no soportaba – y comprobé que no había ningún coche circulando, solo otros cuantos coches como el mío, aparcados en sus respectivos hogares.

Empecé a correr en el sitio, preparándome para salir, volví a respirar y salí.

Pero mi oído detectó un sonido que antes no había sentido. Ya era demasiado tarde. Estaba cruzando la calle cuando un coche me envistió.

Me quedé mirando el coche que se aproximaba a mí con demasiada velocidad de la que estaba permitida circular en este sitio.

Mis ojos se abrieron cuando abres las puertas, cuando te regalan algo y lloras de la emoción. Pero en mi caso, me quedé en shock. Ni siquiera grité.

Solo sentí que mi cuerpo volaba por primera vez. Pero no volaba como un pájaro libre y que disfruta de la brisa que le ofrece el mundo. No. Yo noté como todo lo que había en mi interior se rompía. Cada hueso de mi cuerpo. También sentí que unas lágrimas iban cayendo por mis mejillas.

Y lo más importante: que lo que me había arroyado no se había detenido. Se había ido.

Estaba tirada en el suelo. Creo que oí algunos gritos, y ni siquiera sabía de donde provenían.

Pero sentí una presencia. Alguien gritaba desde muy cerca, me estaban despertando, pero ya era demasiado tarde. Mi cabeza sangraba y otras partes de mi cuerpo estaba magulladas por el impacto.

Pero no podía despertarme quería, de veras que quería, pero algo en mi cabeza me lo impedía con fuerza.

COLECCIÓN DE MARIPOSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora