ALEJANDRO

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No te mentiría si te dijera que no sabría por dónde empezar. Sólo tenía una nota y una paliza. No se me ocurría nada ni sabía a dónde ir.

Empecé a caminar sin un rumbo fijo, pero a las dos horas de salir del hospital y de hacerme cientos de preguntas, acabé justo donde atropellaron a Marta hace unas horas.

Ahora el alquitrán había adquirido otro color distinto donde estaba Marta tirada en el suelo, su sangre. Una mancha irregular permanecía ya seca y permanente.

Me dolía ver aquello, sentir de nuevo aquella escena. El grito de ella me rompía los tímpanos una y otra vez.

Me llevé las manos a la cabeza y me di cuenta que nunca tenía aquella manía, hasta ahora.

Estaba preocupado, muy preocupado. No sabía a quien acudir, ni llamar para resolver esto.

Yo estaba en el punto de mira. Los policías me miraban con lupa y era un sospechoso para ellos; que absurdo. Mi casa estaba hecha un desastre y no sabía quien había sido. Me habían pegado una paliza por proteger a Marta.

Me senté en el bordillo de la acera mientras repasa todo lo que ocurrió el día anterior.

Marta no podía haber hecho algo tan grave como para que la hubiesen atropellado. A mi alrededor, la gente paseaba tranquilamente, algunos solos y otros iban con su mascota o acompañados por alguien.

Que tranquilo se veía todo, como si no hubiera pasado nada. Pero yo no podía volver a la normalidad, no podía. No quería dejar a Marta en coma, sola en el hospital.

La dejé sola en el hospital, ¡pero no tenía a nadie!. Mis lágrimas de repente inundaron mis ojos y no puede evitar emocionarme. Sentía mucha impotencia y rabia.

No me hubiera gustado conocerla de este modo, sino coincidiendo por la mañana para ir al trabajo, o caminando en ese parque tan inmenso y verde.

No de esta manera. No de esta forma, en coma. Ojalá la pudiese despertar.

Cerré los ojos y la imaginé en la cama del hospital, con los ojos cerrados y vi esas heridas de su rostro, hasta herida esta preciosa. De lo único que tenía miedo era de que no saliera del coma o de que muriera. Abrí los ojos de nuevo.

Respiré hondo y me levanté. Me di la vuelta para continuar en no sé donde, pero sentí algo por detrás. Cuando posé mis ojos en la sensación, una figura asomaba detrás de unos de los primeros árboles.

-¡EHH! - no me aguanté las ganas de gritarle. Ni siquiera aunque me escuchase la gente que pasaba por allí. Algunos se giraron, pero nadie vio a aquella persona.

De repente me sentí acorralado. Hubo un instante en que pensé que todo esto era una locura y que debía dejarlo estar, pero cuando esa figura se dio media vuelta y se puso a caminar hacia el interior del parque, olvidé esa ridícula idea.

Quería ir tras él, y no me lo pensé dos veces. Crucé la calle corriendo y mirando arriba y abajo por si venía algún coche y lo seguí.

Debo reconocer que tenía miedo de que me volviesen a pegar, pero yo también me defendería, y si averiguaba algo, lo soportaría todo.

No sé si yo iba demasiado rápido, o esa persona iba más despacio aposta. Vi que llevaba una capucha azul oscuro. Llevaba las manos metidas en los bolsillos del pantalón, y creo que iba un poco cabizbajo.

La gente seguía en sus mundos, tranquilos. Yo no sabía ni siquiera quien era, pero me había vigilado desde lo lejos. Notaba aquella sensación.

Pero mientras le seguía, me pregunté que dirían los policías si les decía que me vigila alguien desde lejos. Seguro que yo tenía la culpa, que estaba paranoico desde el accidente de Marta.

Me vino de improvisto, porque tropecé con una piedra y me escondí detrás de un árbol lo más rápido que pude. El hombre se había sentado en un banco. A unos veinticinco pasos de donde yo estaba.

Lo miré atónito cuando sacó un trozo de papel y lo dejó justo a su lado. Se levantó y se fue caminado, tranquilo como antes.

Me quedé unos minutos mirando aquello. Todo era demasiado fácil. No había nada más. Sentía que aquel papel iba para mí, tenía la certeza.

Salí del escondite despacio y me senté con disimulo en el mismo sitio en el que se había sentado él.

Cogí el papel un poco tembloroso, pero también con seguridad; no quería que ve vieran débil.

Lo desplegué y y abrí los ojos, ahora si que estaba temblando.

- Mar...Marta. - miré a todos lados asustado. Le habían hecho una foto. ¡Una foto!¡EN EL HOSPITAL!

Sin saberlo le di la vuelta, y efectivamente contenía un mensaje:


DESAPARECE O SERÁS TÚ EL QUE NO PUEDA DESPERTAR.


No le di más rodeos y me fui corriendo al hospital. No cogí un taxi, solo corrí con la foto en la mano. El corazón se me salía del pecho pero ni eso me importaba ya. Cuando llegué a la puerta del hospital me detuve unos escasos segundos para coger el aire que no había recogido por el camino.

Subí hasta la planta donde estaba Marta, pero se me calló el alma a los pies casi literalmente cuando vi que su cama estaba vacía.

Me di la vuelta y pregunté a todos y cada uno de los médicos y enfermeros de la planta. Me colé en habitaciones con pacientes por si la habían cambiado de cama, pero a todo el mundo que preguntaba me decía lo mismo.

- Recibió el alta hospitalaria y se fue. - fue como si me hubieran tirado una jarra de agua fría.

Eso era imposible.

- No eso no puede ser. He estado aquí hace un par de horas y seguía en coma. - la gente me miraba preocupado.

- Lo siento señor.

Pero como un letargo, me vino una pregunta a la cabeza.

-¿Se fue sola? - recé que fuese así. Al menos sabría más o menos dónde podría estar.

- No. Se fue con sus hermanos. - no. No podía ser cierto.

- Perdone, ¿sabe por casualidad si llevaban algo consigo? - me costaba hasta tragar. Respirar lo había olvidado en esos minutos de angustia.

- Sí. Uno de ellos venía con una silla de ruedas vacía, Otro una mochila de gimnasio creo. Eran cinco hermanos. Muchos, ¿no cree? - la mujer volvió la mirada hacia la anciana que reposaba en la cama. La habitación de Marta y de aquella mujer estaba justo enfrente.

- Sí demasiados. Oiga, cuando salieron llevaban a su hermana en la silla, supongo ¿no?

- Por supuesto querido, pero vi a la joven un poco pálida. Pero me tranquilicé cuando me dijeron que solo dormía. -  no me podía creer que esa mujer se creyera lo que le dijeron.

-Gracias por todo. - le ofrecí una sonrisa humilde y me dirigí a la habitación de Marta.

La contemplé y era como si nunca hubiese ocurrido ese accidente. Cómo si yo no hubiera visto... ¡claro! ¡No querían que yo supiese nada! No querían que los descubriese y que los entregara a la  policía.

Sus cosas tampoco estaban, y la cama estaba perfectamente hecha para el próximo paciente. Me ruboricé un instante, con escalofríos.

¿Dónde estás Marta?

COLECCIÓN DE MARIPOSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora