IV

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IV

A la mañana siguiente, Harry se despertó en una cama. Una cama de verdad, con una almohada de verdad y con sábanas.

Al principio, pensó que la cama debía ser de Dudley. Una vez, cuando Harry había sido olvidado en casa, se había acercado a la cama de Dudley para ver cómo era dormir en una, solo que esto se sentía diferente. Harry abrió los ojos y buscó sus anteojos, que estaban doblados sobre una cómoda junto a la cama. Cuando Harry se los puso, vio una zorra plateada.

Lo había estado observando, pero al ver que Harry estaba despierto, el animal se volteó y trotó a través de la pared.

Esta definitivamente no era la cama de Dudley.

Harry se levantó de un salto y se dio cuenta de que tampoco llevaba su propio pijama. Aunque él ni siquiera tenía pijama, solo unos viejos pantalones cortos y, a veces, los que heredaba de Dudley. Pero esta era un pijama real: suave, cálido y de algodón. Blanco, con rayas azules. El señor Malfoy debió habérselo puesto, y presa del pánico, Harry recordó a los viejos malos, pero estaba más preocupado por la cama, en la que no debería haber dormido. Le había dicho al señor Malfoy, Draco, que se quedaría en una alacena, y Harry no sabía cómo había llegado a la cama, pero definitivamente había dormido en ella.

A toda prisa, Harry trató de ordenar las sábanas, acomodando la almohada. Se preguntó si habría un hechizo para tender la cama, luego se preguntó si todas esas cosas que recordaba del día anterior eran reales. Draco había hecho un pastel mágico, Dudley tenía treinta y un años y Harry podía hacer magia, tenía una varita. Draco le había dicho que siempre debería tener su varita a la mano, y Harry la estaba buscando frenéticamente cuando alguien llamó a la puerta.

Harry miró hacia arriba. Estaba en una habitación pequeña con una sola ventana. La cama estaba en el medio de una pared y la puerta a la que llamaban estaba en la pared de enfrente. A la derecha de la puerta había un armario con un gran cuenco y una jarra encima; a la izquierda había una cómoda y otra puerta. Estaba en un dormitorio y la segunda puerta era el armario, supuso Harry.

-¿Harry? -Dijo una voz al otro lado de la puerta. Estaba amortiguada, pero sonaba como Draco.

Por un momento, Harry consideró seriamente esconderse en el armario.

-Uhm, ¿sí? -Respondió en cambio.

-¿Te importa si entro? -Preguntó Draco, y eso se sintió extraño. A Harry nunca nadie le había preguntado algo así.

-¿Sí? -Contestó Harry- Quiero decir, no. Quiero decir, ehm, está bien.

La puerta se abrió, y todo pensamiento de que lo que había sucedido ayer era solo producto de su imaginación, voló de la mente de Harry. Draco estaba allí, luciendo extremadamente real, y Harry sabía que no podía imaginar a nadie que se pareciera a él.

-¿Dormiste bien, Harry? -Preguntó Draco.

-No sé cómo llegué aquí -espetó Harry.

-Yo te traje -dijo Draco.

-No fue mi intención dormirme en la cama.

-Harry -Draco frunció el ceño-, yo te puse en ella.

-¿De quién es la cama?

-Es mía. Yo estaba en el laboratorio.

Los ojos de Harry se agrandaron. Draco no solo lo había dejado dormir en una cama, sino que esa era su cama y... Harry miró furtivamente las sábanas arrugadas. Realmente no había hecho un buen trabajo en tratar de ordenarlas. Esperaba que Draco no se diera cuenta.

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