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Lentamente se habían acostumbrado a la penumbra mansión en la que vivían. Ya no saltaban ante los ruidos repentinos, ni se sentían incómdos por la oscuridad constante. También se habían vuelto familiares a despertar lado a lado, dormían juntos y despertaban juntos, ya era parte de la rutina.
En esos días se habían concentrado en dos cosas específicas: Orenar su nuevo hogar un poco, barriendo con algunas escobas viejas que habían encontrado y deshaciendose de los peligros que encontraban, como vidrios rotos o alambres... Y también la busqueda de un trabajo.
Habían estado viviendo esos días a base de barritas y galletitas que el mexicano había traído, y racionalizando lo que compraban con el dinero que tenían. También, en esa casa abandonada claramente no había agua, así que debían comprar algo de beber, aumentando el gasto. Por eso les tocaba buscar alguna manera de juntar dinero, así que estuvieron yendo a cada local posible, estuvieran buscando empleados o no, mintiéndo sobre sus edades y desesperadamente tratando de demostrar que se merecían los puestos.
Pero nada lograba terminar como querían, los echaban o no les creían, los tachaban de vagos o buenos para nada y los negaban al instante. Sí, quizá la ropa sucia y mal olor por llevar días sin bañarse no era algo que les favoreciera especialmente.
Ese fue el ciclo de mala suerte que recorrieron en bucle hasta a aquel lugar de comida rápida, vendían tostados de todo tipo de sabores y era un local único, con una sola dueña y sus empleados, en vez de una cadena. Según habían escuchado, era un negocio familiar que llevaba años en el barrio.
Les dió la bienvenida una chica morena de pelo corto, más alto que ambos chicos al ser claramente una adulta. Su nombre era Sofía, la dueña del lugar.
México dió su ya conocido discurso, aclarando su falda edad y listando todo lo que podían hacer con tal de ser contratados. Mientras tanto Argentina se escondía detrás de su espalda, como siempre intimidado y paranoico ante la presencia de otros extraños.
La mujer notó esto. También notó la juventud de los chicos y su clara desesperación por encontrar un lugar, también la ropa sucia y rostros cansados.
- ... ¿Me repiten sus edades, por favor? - Pidió, la duda en sus ojos era notable desde lejos
- Dieciocho - Aseguró el mexicano, agarrando fuertemente la mano de su acompañante, pues lo podía sentir nervioso
Sofia no se veía convencía, pero sí apenada, por lo que respiró hondo antes de responder.
- Está bien, nos quedan dos lugares, uno en la registradora y otro en la cocina - Les contó, dando básicamente a entender que estaban contratados
México no reprimió su sonrisa emocionada al finalmente haber roto el ciclo de rechazo.
- Yo tomaré el de la registradora - Decidió entonces
